“Las 7 bolas de cristal” es mi icono, mi referencia, “mi” álbum, la madre de todos los volúmenes de las aventuras de Tintín, impactándome sin remedio cuando lo leí por primera vez en 1968 y que me sigue fascinando casi 45 años después y estoy encantado de poder compartir sensaciones sobre él.
La imagen de la momia de Rascar Capac -con toda seguridad el personaje mas siniestro dibujado nunca por Hergé- colándose por la ventana de la habitación de Tintín, me inquietó durante muchísimas noches en ese periodo inacabable que va de la niñez a la adolescencia. Me la imaginaba introduciéndose en mi cuarto que era mucho imaginar, entre otras cosas porque yo vivía en un 10º piso, pero si la maldición alcanzó al profesor Hipólito Bergamotte que dormía en una habitación sin ventanas y con la vivienda literalmente tomada por agentes de seguridad, no las tenía todas conmigo.
La imagen de esas cuencas vacías y oscuras, esa dentadura, aquellos dedos y aquella sonrisa que irradiaba maldad (y en la versión original de “El Templo del Sol” de Editorial Juventud en 1991 hay una imagen de la momía completamente calva que le daba una apariencia aún mas aterradora) me persiguieron durante años.
La portada me parece sencillamente fantástica y refleja el momento cumbre de la aventura.
Dado que para mí, las aventuras de Tintín son sensaciones, a título muy personal y después de releer y releer este álbum incontables veces, lo considero un volumen de 36 páginas. Digo bien: 36. Justo en el momento en que alguien huye de la casa de Bergamotte, todo el entramado sobrenatural se viene abajo.
Una cuerda en la chimenea y una silueta tiroteada en la noche dan paso a una explicación racional del asunto. Para mi, fue el final del hechizo, una especie de “chof”, que daba paso a la segunda parte del libro que durará 26 páginas pero que ya será de temática únicamente policial. Lo paranormal acaba en el mismo instante en que Bergamotte cae “en estado letárgico”, a excepción de las crisis que sufren los siete exploradores en el hospital cada día a la misma hora. Como dice Tintín: “Es inútil, la bola de cristal ha hecho su efecto. Es su última víctima”.
Esas 36 páginas iniciales son inigualables. Desde la llegada de Tintín a Moulinsart (con premonición incluida), la extraña actitud del capitán (yo tardé algún tiempo en llegar a la conclusión de que se había aburguesado: con 9 años, lo veía “raro”) la sesión en el Music Hall con Haddock y Tintín que son misteriosamente los únicos en padecer el “virus Castafiore” -“Cada vez que la oigo, recuerdo un ciclón que azotó mi barco cuando navegaba por el mar de las Antillas”-, el bananero general Alcázar caído en desgracia y el inquietante fakir Ragdalam con la no menos turbadora “vidente extralúcida”, Madame Yamilah, el segundo personaje en advertirnos del peligro que se cierne sobre los siete componentes de la expedición Sanders-Hardmuth.
Y la profecía que se va cumpliendo inexorablemente: el cineasta Clairmont, los profesores Sanders-Hardmuth, Laubepín y Paul Cantonneau (este último aparecido en “La estrella misteriosa”) el científico Marc Charlet, el director del museo de historia natural, Hornet –custodiado por los ineficaces Hernández y Fernández- y finalmente la culminación de la maldición en la casa del enorme profesor Hipólito Bergamotte, amigo de Tornasol, que no puede evitar nadie en medio de un clima opresivo reflejado en casi diez páginas inolvidables en un collage sobrenatural que incluye una momia escalofriante, una tormenta, una bola de fuego que entra por la chimenea, Tornasol volando encima de una silla y una sensación de peligro inminente que acabará materializándose.
Cientos de veces he repasado este libro y la larga escena en casa del profesor Bergamotte en particular. Con el tiempo, detecto alguna gotera que otro en el relato: es difícilmente creíble el atentado a Marc Charlet, que se encuentra dentro de un taxi y cuyo conductor aseguró oir “ruido de cristales rotos” cuando otro taxi se les pegó a la izquierda, pero no le dio importancia “pues la vía estaba libre y arranqué”. Flojea la teoría de que accede por la chimenea quien lanza la última bola de cristal a Hipólito Bergamotte, con la casa repleta de policías por dentro y por fuera, y es difícil de sostener que Tintín, Haddock y el profesor Tornasol, deban pasar la noche en casa del acongojado científico porque “... como han dejado el coche al sol, han reventado los neumáticos”.
Goteras y manchas de humedad: es cierto, la Castafiore pasa supuestamente de la Scala de Milan y de actuar delante del soberano sildavo, Ottokar, a un teatro de variedades de Bruselas.
Y el aburguesamiento ridículo de Haddock: es verdad. Pero el “culpable” de esa enajenación la tuvo Tornasol, que fue el que adquirió el castillo con el dinero que le dio el gobierno por el submarino que disfrutamos en "El tesoro de Rackham el Rojo", no lo olvidemos.
Las 7 bolas de cristal” siempre será mi referente. Por eso volveré mas adelante con mas comentarios; me he dejado un montón pero odio hacerme pesado.
