LAS ULTIMAS PERLAS DE HERGE
Tenia ganas de comentar algo sobre este libro del cual tengo un volumen de la 1ª edición, lo que significa que nos vamos a Abril de 1969.
En las primeras 18 páginas de la aventura hay ritmo, el arranque tiene frescura, se recuperan personajes y, sobre todo, Hergé nos obsequia con una serie de gags inolvidables como repasaremos mas adelante.
El
Boeing 707 de la Qantas, esa sordera de Tornasol (solo solventada en
Objetivo y Aterrizaje) que provoca en el aeropuerto de Jakarta auténticos diálogos de besugo, ese Spalding ya conspirando en una cabina telefónica (pag.1 viñeta 8), la memorable aparición del multimillonario Laszlo Carreidas al que Haddock toma por un mendigo y el reencuentro con Piotr Pst, ahora Szut, el célebre
ametrallador con babero de Stock de Coque, que trabaja para Carreidas, el cual aparece con el billete de cinco dolares que el capitán le ha deslizado sigilosamente en el sombrero, colgándole de la oreja; la entrada en escena de los desagradables Paolo Colombani y Hans Boehm, la confusión de Haddock que toma a Spalding por Carreidas y sobre todo, ese gag de la planta que se marchita a toda velocidad al verter el capitán el contenido de un vaso de
Sani-Cola, una bebida muy sana a base de clorofila
Pero aún hay mas en esas páginas; un Tornasol que sigue en su mundo particular, efectúa una demostración catastrófica de un deporte que practicaba en su juventud:
la lucha a puntapiés con un amago final de reacción colérica como en
Objetivo la Luna, cuando Haddock le pregunta
¿Cuándo dejará de hacer el zuavo?, el bonachón
stewart napolitano de Carreidas, Gino, posteriormente, siempre agobiado y el primer indicio serio de ridiculización de personajes de Hergé aunque sea en la figura de Spalding que se estrella en el suelo al subir las escaleras del fantástico
Carreidas 160: ...un verdadero bufón eso es lo que es usted, Spalding ...
El viaje, el secuestro posterior, todo está perfectamente amueblado, como en el mejor Hergé, con sus detalles sutiles: Gino solo repite y repite
mamma mía y Tornasol, en ese universo particular, le responde:
¿A quien se lo dice? o ¿Por qué? (pags.14 y 15), la secuencia del aterrizaje es quizás el último momento vibrante de la colección de Tintín: el aviso del siniestro Colombani al
bufón Spalding teniendo como testigo al detestable Boehm:
... la pista sobre la que tenemos que aterrizar no tiene ni la cuarta parte de la longitud que necesita un aparato como este. Y que tenemos nueve probabilidades contra una de dejar ahí el pellejo. Algunas viñetas de la página 16 previas al aterrizaje son magníficas, sin embargo, a partir de la 18, algo cambia, justo cuando aparece Rastapopoulos disfrazado de no se sabe que (leí cierta vez que de cow boy de lujo) y además, Hergé, que ya nos amenaza con unos primeros planos del ex
Marqués de Gorgónzola absolutamente espantosos, da inicio sin apenas tregua, a una labor sistemática de demolición para hundirlo a él y a Allan Thompson, que aparece poco después, en la miseria y ridículo mas absoluto.
El intento frustrado de tirotear a Milú nos mete en una fase extraña del libro: el protagonismo de Tintín sigue la tónica de
Las Joyas, o sea, bajo mínimos; el interrogatorio de esa especie de clon de Joseph Mengele que es el doctor Krollspell a Carreidas con Rastapopoulos de testigo, se me hace largo y a pesar de las consecuencias posteriores, poco atractivo. Eso, sí: en la primera viñeta de la página 34, recuperamos por un momento al autentico Tintín, esquivando el balazo casi a bocajarro de Allan en una sensación de movimiento que hacía tiempo no se daba en ese personaje que desde
Las Joyas parece superado por los acontecimientos.
La historia continua y seguimos padeciendo los primeros planos de Rastapopoulos ... y de Allan que acabará sin dientes, cada vez mas degradados, como la escena del esparadrapo: horrible. Y entonces, a Hergé le da por redirigir el argumento a lo sobrenatural. Para gustos, colores, pero a mí, las escenas en el subterráneo me parecen agobiantes. Cuesta justificar la aparición de Mik Ezdanitoff
agente enlace entre tierra y otro planeta, quien parece estar paseando por el interior del templo como si se tratara de Sunset Boulevard; también sobresalta la reacción violenta de Tornasol que acaba con Carreidas hecho unos zorros y al que a duras penas Haddock y Tintín consiguen sujetar en una alarmante mutación de personalidad y el reencuentro -siempre en el claustrofóbico subterráneo-, con Gino, que sigue con sus
mamma mía, con Szut ... y con el doctor Krollspell, entra con calzador.
Hace ya muchas páginas que el relato navega y no hace falta insistir mas en el maltrato a los protagonistas que es evidente. Cuando el platillo volante efectúa el intercambio y se lleva a Rastapopoulos, Allan, Spalding, Boehm y Colombani, la convicción de que no los veremos mas, es total. Hergé justifica en las últimas tres páginas la resolución final de la aventura con la participación de Serafín Latón y su abominable familia. El desenlace está cogido con alfileres, se diga lo que se diga, flojea en muchos aspectos y el tema OVNI no es el único responsable. ¿Es posible que a Hergé le faltaran dos o tres páginas mas? Siempre pensé que es un libro mal acabado.
Pero prefiero echar tierra encima de lo que no me gusta de
Vuelo 714 y guardar en mi particular palacio de la memoria lo bueno: la portada es magnífica, una de las mas logradas, la estatua en forma de cabeza gigante que da acceso a la gruta, es inquietante, las viñetas del volcán en erupción, muy bien conseguidas, la explosión de cenizas que sigue al vaciado del lago, también ... y, repito, especialmente la primera parte del libro.
Carreidas
(No le estrecho la mano porque es antihigiénico), hubiera sido un personaje muy aprovechable de haber aparecido antes de Vuelo 714.
Y claro, nueve años entre Vuelo 714 y Los Pícaros, son demasiados para recuperar al Tintín que perdimos en
El Tíbet.
