Mi particular visión de
Tintín y los pícaros
Tengo para mí que Hergé ya no creía en sus personajes; todos están alterados, distorsionados, desde un capitán Haddock que no tolera el whisky, un Tornasol cuanto menos extraño o un Tintín que se niega desde un principio a intervenir en la aventura, algo insólito.
Incluso el trazo del dibujo lo encuentro un tanto degradado, como si los años se hubieran llevado parte de aquella firmeza de rasgo. Es un álbum que me generó tristeza cuando lo leí por primera vez, una tristeza de la que no me puedo desprender en las poquísimas veces que lo he releído, una sensación
de rien ne va plus sin remedio posible.
No entenderé nunca porque Hergé, desde
Vuelo 714, da inicio a un maltrato continuado y sistemático a sus personajes. Lo del profesor Tornasol en
Pícaros es degradante. La mueca, la expresión de su cara en la totalidad de la página 42, es desagradable, repelente y no tiene nada que ver con su currículum en tantos y tantos volúmenes. Además, acaba con un gag que no tiene ninguna gracia relativo a una supuesta hermana. Está desfigurado, como también lo estuvo durante algunas páginas en
Objetivo: la Luna, cuando el capitán lo acusa de
hacer el indio, pero aquello, tuvo su punto, y nadie resultó perjudicado. Hay un primer atisbo de su cambio de personalidad en
Vuelo 714 y Laszlo Carreidas paga las consecuencias, pero el Tornasol de
Pícaros, repito, está irreconocible. La expresión de su rostro en todo el libro no es la de siempre.
Me gustaría resaltar algo positivo de este álbum. No lo encontré en su día y sigo sin encontrarlo ahora. Desde el principio, hay algo que no anda bien. Admitiendo y respetando todas las teorías expuestas sobre el paso del tiempo, la imagen de Tintín llegando a Moulinsart en motocicleta y con un casco en donde se aprecia el símbolo de la paz, me cuesta digerir aunque se suponga que estamos en los años setenta.
Néstor, el intachable, se produce de una manera insólita, escuchando detrás de la puerta y bebiéndose el whisky del capitán; Pablo, el de
La oreja rota, traiciona a Tintín y es una de las muchas desilusiones que genera Pícaros, los Hernández y Fernández ya no tienen gracia ninguna y a Serafín Latón, que efectúa una entrada en escena que se podría calificar como rara, lo encuentro mas insufrible que de costumbre y me da la sensación de que Hergé quiere contribuir a ridiculizarlo aún mas caracterizándolo con un espantoso atuendo a medio camino entre un dominguero y un friki.
Solo hubiera faltado que el explorador Ridgewell (también ex
oreja rota) acertara con el dardo en el cuello del General Alcázar: otro personaje maltratado por Hergé aunque no al nivel de Rastapopoulus o de Allan en
Vuelo 714. Mas madera: la secuencia de la selva es interminable por lo pesada y monótona, Peggy Alcázar es un ser monstruoso; de los personajes mas detestables por definición de la era Hergé y, encima, se nos regala de ella algunos primeros planos de pesadilla (pag.41, viñeta 3), como con el coronel Tapioca, siempre con la boca abierta, de estampa tan lamentable como el otro coronel: Sponz¨. ¿Qué se hizo de aquellos malos con dignidad y sobre todo, creíbles, como aquél Boris Jorgen inolvidable edecán del Rey de Syldavia al que su odio a Tintín hizo que lo persiguiera hasta la mismísima Luna? ¿O el Allan Thompson antes de que Hergé se ensañara con él?
El rol de la Castafiore es un tanto complicado de explicar, el libro en sí, es complicado de explicar. Farragoso, espeso, es una sucesión de desilusiones, de tristeza. Es una historia que ya debe ser rectificada desde un principio porque -no recuerdo ahora mismo donde leí-, la primera viñeta, en su momento, reflejaba una vista de la campiña de Moulinsart en plena primavera, cuando los carnavales se situan a finales de Febrero y es obvio que el paisaje no es el mismo.
Me permito plagiar un comentario de Juan E. D´Ors respecto a
Pícaros en el sentido de que todo sucede a cámara lenta, incluso cuando se supone que hay acción. ¿Y Tintín? Se diría que el papel de nuestro inmortal héroe desde
Las joyas de la Castafiore y exceptuando un pequeño repunte en
Vuelo 714, sufre un bajón definitivo. Acudiendo a un símil futbolístico, yo diría que “su posesión de balón” se ha reducido al 25 o 30 por ciento cuando siempre lo tuvo él incluso en las circunstancias mas complicadas.
Me olvidaba de mencionar el breve pero agradable regreso de Jean-Loup de la Batellerie y de Walter Rizotto, periodista y fotógrafo de París Flash en las primeras páginas del álbum, que para mí representan el recuerdo del todavía mejor Hergé de la historia: el de
Las Joyas.
Me reafirmo en la convicción de que sus personajes empezaban a importarle un pito, de otra forma, no me explico un montón de cosas, en muchas de las cuales no he incidido para no ponerme pesado.
No me aticéis demasiado: peor lo pasé el primer día que leí
Pícaros y las tres o cuatro veces que le he echado un vistazo.
Un saludo.
