"Objetivo: Rastapopoulos" by Zafiret
Moderator: pedrorey
Re: Otra historieta apócrifa
Si, Milú debe ser bastante mayorcito. Pero lo importante es que aún aguanta, fiel a su amo.Ashley wrote: Gracias! ya es mayorcito jeje Milú debe de ser bastante viejecito.
Este foro es contagioso... ¡y hasta peligroso!
Cuidado con EL VIRUS CON COPETE.
Cuidado con EL VIRUS CON COPETE.
Re: Otra historieta apócrifa
El capitán Haddock se despertó con mejor estado de ánimo. Por la ventana del hospital podía ver el cielo azul de la espléndida mañana Bruselense y la claridad invadía toda la estancia. Tenía el firme convencimiento de que pronto iba a poder salir del hospital porque el doctor Van Melkebeke, el fisioterapeuta del equipo médico, había comenzado con la rehabilitación y parecía que los resultados habían sido inmediatos y ya empezaba a sentir un cosquilleo en la pierna izquierda. Además, con la nueva profilaxis, los dolores le habían abandonado por completo.
La puerta de la habitación se abrió y entró el doctor Jacobs con una doctora que el capitán no conocía.
-Buenos días, señor Haddock. ¿Cómo se encuentra hoy?
-Como una rosa, ¿no me ve? No puedo levantarme, por lo que no puedo irme, así que… ¡cómo quiere que me sienta! … preso… raptado… en un zulo…
-Vale, vale, vale… Le presento a la doctora Kieckiens. Ella es traumatóloga y va a supervisar su recuperación… y la de su nuevo compañero.
-¡¿Cómo?! Ya van a traerme aquí al… al… a un compañero de celda. ¡Mil millones de miles de millones de naufragios! Matasanos del demonio, me niego a que…
En ese momento apareció Tintín por la puerta y detuvo la andanada verbal que preparaba el capitán Haddock.
-Tranquilo, capitán.
-Tintín, mira a ver si convences a estos… doctores de que ¡no necesito ningún compañero!
-El equipo médico al completo está convencido de que la soledad no es lo mejor para el señor Haddock.
-Yo también lo pienso, capitán. Seguro que le vendrá bien tener un compañero.
-¡¿Quééééééé?! Estás loco, especie de limpia-pozos de cieno. ¿Crees que me voy a hacer amiguito del intruso este y que le voy a contar todas mis penas? ¿O acaso crees que le voy a aguantar todas sus tont…?
-Tranquilícese, capitán.
Tintín se dirigió a los doctores y les pidió que salieran unos minutos. Cuando volvieron a entrar las cosas habían cambiado.
-Pasen doctores, pasen. Ya he hablado con el capitán Haddock y le he dicho lo conveniente que es para él tener un compañero para compartir la soledad de la recuperación, ¿verdad, capitán?
-Discúlpenme por mi actitud de antes, estoy poco acostumbrado a compartir mi espacio y…
-Muy bien. A lo largo de la mañana traerán a su compañero. Todavía no ha recuperado el conocimiento pero esperamos que lo haga en breve. Ambos deben recuperar su movilidad, por lo que el doctor Van Melkebeke se encargará de sus respectivas rehabilitaciones.
Los doctores salieron de la habitación y allí quedaron el capitán Haddock y Tintín junto con Néstor, que había entrado en el preciso instante en el que los doctores salían.
-Hola, Tintín. Disculpe mi ausencia, he bajado a tomar un té y…
-Tranquilo Néstor, a partir de ahora van a tener compañía.
-¿Compañía? Mi señor…
-¡No tengo bastante con aguantar a este majadero todo el día aquí como para tener que aguantar ahora los lamentos y las tonterías de otro!
-Capitán, Néstor no es un majadero, él es su familia.
-Oh… gracias, señor Tintín… yo sólo hago mi trabajo.
-No, Tintín tiene razón. Néstor es lo único que me queda, es como… como… ¡como mi mayordomo! Venga hombre, Tintín. Sólo falta ahora que empieces a llamarlo sir Néstor IV de Moulinsart…
-¡Capitán! No sea desagradable con Néstor, no es capaz de valorar lo que ha hecho por usted. ¿Quién ha estado a su lado en todo momento desde que se hizo cargo del castillo? ¿Quién ha cuidado de que todo estuviese perfectamente cuidado y en orden cada vez que usted volvía de los viajes que hemos hecho alrededor del mundo?
-Pero… yo…
-Nunca le han faltado sus botellas de Loch Lommond, nunca le han faltado sus monóculos, todo ha estado siempre a su gusto… ¡¡no se ha separado de su cama durante todos los días en los que ha estado en coma!! Creo que Néstor se ha ganado y se merece un respeto por su parte.
-Yo sólo hago mi trabajo y me enorgullezco de ello. No se apure, señor.
Durante unos instantes de silencio el capitán Haddock se quedó inmóvil, pensando en todo lo que le había dicho Tintín. Miró a Néstor y un gesto de satisfacción se dibujó en su cara.
-Tiene razón, Tintín. Néstor es mi hombre de confianza… lo más parecido a un familiar que tengo.
-Gracias, señor. Es un honor para mí…
-Sí, sí… bueno… tampoco te pases, Néstor. Y no esperes que te suba el sueldo, que aún sigues siendo mi mayordomo.
-Vale, capitán. Yo parto esta tarde hacia España y creo que estaré allí varias semanas. Le llamaré todos los días para ver cómo está. Y no sea tan brusco con su nuevo compañero, intente ser amable… hay veces que las casualidades, como por ejemplo acertar a meter unas tablas de madera atadas a una cuerda por un ojo de buey, nos descubren a los mejores amigos.
La puerta de la habitación se abrió y entró el doctor Jacobs con una doctora que el capitán no conocía.
-Buenos días, señor Haddock. ¿Cómo se encuentra hoy?
-Como una rosa, ¿no me ve? No puedo levantarme, por lo que no puedo irme, así que… ¡cómo quiere que me sienta! … preso… raptado… en un zulo…
-Vale, vale, vale… Le presento a la doctora Kieckiens. Ella es traumatóloga y va a supervisar su recuperación… y la de su nuevo compañero.
-¡¿Cómo?! Ya van a traerme aquí al… al… a un compañero de celda. ¡Mil millones de miles de millones de naufragios! Matasanos del demonio, me niego a que…
En ese momento apareció Tintín por la puerta y detuvo la andanada verbal que preparaba el capitán Haddock.
-Tranquilo, capitán.
-Tintín, mira a ver si convences a estos… doctores de que ¡no necesito ningún compañero!
-El equipo médico al completo está convencido de que la soledad no es lo mejor para el señor Haddock.
-Yo también lo pienso, capitán. Seguro que le vendrá bien tener un compañero.
-¡¿Quééééééé?! Estás loco, especie de limpia-pozos de cieno. ¿Crees que me voy a hacer amiguito del intruso este y que le voy a contar todas mis penas? ¿O acaso crees que le voy a aguantar todas sus tont…?
-Tranquilícese, capitán.
Tintín se dirigió a los doctores y les pidió que salieran unos minutos. Cuando volvieron a entrar las cosas habían cambiado.
-Pasen doctores, pasen. Ya he hablado con el capitán Haddock y le he dicho lo conveniente que es para él tener un compañero para compartir la soledad de la recuperación, ¿verdad, capitán?
-Discúlpenme por mi actitud de antes, estoy poco acostumbrado a compartir mi espacio y…
-Muy bien. A lo largo de la mañana traerán a su compañero. Todavía no ha recuperado el conocimiento pero esperamos que lo haga en breve. Ambos deben recuperar su movilidad, por lo que el doctor Van Melkebeke se encargará de sus respectivas rehabilitaciones.
Los doctores salieron de la habitación y allí quedaron el capitán Haddock y Tintín junto con Néstor, que había entrado en el preciso instante en el que los doctores salían.
-Hola, Tintín. Disculpe mi ausencia, he bajado a tomar un té y…
-Tranquilo Néstor, a partir de ahora van a tener compañía.
-¿Compañía? Mi señor…
-¡No tengo bastante con aguantar a este majadero todo el día aquí como para tener que aguantar ahora los lamentos y las tonterías de otro!
-Capitán, Néstor no es un majadero, él es su familia.
-Oh… gracias, señor Tintín… yo sólo hago mi trabajo.
-No, Tintín tiene razón. Néstor es lo único que me queda, es como… como… ¡como mi mayordomo! Venga hombre, Tintín. Sólo falta ahora que empieces a llamarlo sir Néstor IV de Moulinsart…
-¡Capitán! No sea desagradable con Néstor, no es capaz de valorar lo que ha hecho por usted. ¿Quién ha estado a su lado en todo momento desde que se hizo cargo del castillo? ¿Quién ha cuidado de que todo estuviese perfectamente cuidado y en orden cada vez que usted volvía de los viajes que hemos hecho alrededor del mundo?
-Pero… yo…
-Nunca le han faltado sus botellas de Loch Lommond, nunca le han faltado sus monóculos, todo ha estado siempre a su gusto… ¡¡no se ha separado de su cama durante todos los días en los que ha estado en coma!! Creo que Néstor se ha ganado y se merece un respeto por su parte.
-Yo sólo hago mi trabajo y me enorgullezco de ello. No se apure, señor.
Durante unos instantes de silencio el capitán Haddock se quedó inmóvil, pensando en todo lo que le había dicho Tintín. Miró a Néstor y un gesto de satisfacción se dibujó en su cara.
-Tiene razón, Tintín. Néstor es mi hombre de confianza… lo más parecido a un familiar que tengo.
-Gracias, señor. Es un honor para mí…
-Sí, sí… bueno… tampoco te pases, Néstor. Y no esperes que te suba el sueldo, que aún sigues siendo mi mayordomo.
-Vale, capitán. Yo parto esta tarde hacia España y creo que estaré allí varias semanas. Le llamaré todos los días para ver cómo está. Y no sea tan brusco con su nuevo compañero, intente ser amable… hay veces que las casualidades, como por ejemplo acertar a meter unas tablas de madera atadas a una cuerda por un ojo de buey, nos descubren a los mejores amigos.
Este foro es contagioso... ¡y hasta peligroso!
Cuidado con EL VIRUS CON COPETE.
Cuidado con EL VIRUS CON COPETE.
Re: Otra historieta apócrifa
Me engancho ahora a la lectura de esta nueva secuela, que no puede menos que calificarse de impecable.
Si quieres ver mis tórtolas, entra en http://tortolas.blogspot.com/
Re: Otra historieta apócrifa
Tintín se alojó en una pensión junto al puerto de Valencia. Desde el balcón de su habitación podía controlar la entrada principal así como la mayoría de los astilleros comerciales. Según les había dicho Allan Thompson, Roberto Rastapopoulos tenía previsto embarcarse dentro de seis días en el “J.J. Gran”, un enorme crucero que recorre la ruta Valencia-Messina-Atenas. La policía española, en colaboración con sus colegas belgas dirigidos por el teniente Bellier, habían cotejado toda la lista de pasajeros en busca de algún alias de Rastapopoulos. No habían encontrado coincidencias, por lo que se habían vistos obligados a infiltrar a varios integrantes del cuerpo de policía de incógnito. Los hombres de Paco Miranda habían sido los elegidos para realizar esta complicada y minuciosa tarea porque ya habían cooperado en el caso del contrabando de heroína en Borduria con el teniente Bellier y con Tintín. De hecho, el propio Tintín con Milú también iba a infiltrarse entre los viajeros.
Tras tres días de vigilancia intensa parecía que habían dado con una pista. Todos los días sobre las 10 de la mañana había un personaje que actuaba de una manera sospechosa y al que no podían identificar porque resultaba irreconocible bajo su enorme gorra gris y una poblada barba. Iba vestido con un pantalón de pana marrón oscuro y con una chaqueta de color azul marino por la que asomaba un suéter de cuello vuelto azul claro. Se acercaba a la garita del vigilante portuario y le pedía fuego para encender un cigarrillo. Después, tras conversar brevemente con él, se alejaba unos metros, cruzaba la acera y se ocultaba tras una columna de piedra desde la que era imposible que el vigilante lo viera. Sacaba lo que parecían ser unos minúsculos prismáticos y empezaba a otear el interior del puerto así como las cercanías del mismo. Cuando había cambio de turno del vigilante se guardaba los prismáticos y volvía a acercarse a la garita. De nuevo entablaba una breve conversación con el nuevo vigilante y le pedía fuego para un cigarrillo. Después se marchaba, pero volvía a aparecer con una chaqueta de color beis sobre las 16 horas. Volvía a seguir el mismo procedimiento y, tras el cambio de guardia, se marchaba. Tras comprobar que día tras día seguía actuando de la misma manera decidieron seguirle.
Tintín se disfrazó de anciano y salió tras él cuando abandonó la zona del puerto, sobre las 17 horas. El sospechoso andaba con paso firme y sólo se paró un par de veces para entrar en unas tiendecitas locales. Pronto llegó al barrio marítimo de Nazaret, que estaba situado muy cerca del puerto, y entró en un hostal. Tintín entró tras él pero lo había perdido de vista. Se acercó a la recepción y tocó la campanilla.
-Disculpe, buen hombre. Acaba de entrar un señor vestido con un pantalón marrón y una chaqueta beis. ¿Podría decirme en que habitación se aloja?
-Buenas tardes. No he visto entrar a nadie que responda a esa descripción.
-Lleva una enorme gorra gris y tiene barba.
-¿Barba? Mmmmh, esta pensión sólo tiene 15 habitaciones… y, que yo recuerde, no hay ningún huésped con barba. Pero si quiere puede sentarse en ese sofá y esperar a que vuelva a salir. Dentro de 45 minutos es la hora de cenar y, si quien busca está hospedado aquí, seguro que bajará.
-Gracias, esperaré aquí.
Cuando se hizo la hora de cenar empezaron a bajar personas por la escalera. Nadie coincidía con el sospechoso, pero sólo bajaron 11 personas. Tintín decidió volver a su pensión para intentar seguirle al día siguiente. Salió del hostal y se dirigió hacia el puerto, pero cuando giró una esquina vio salir por una puertezuela lateral de la pensión al sospechoso, ataviado con su inconfundible gorra gris. Tintín se detuvo en el acto y disimuló, haciendo como que se ataba un cordón de su zapato. Cuando el sospechoso estuvo a una distancia prudente, como para que no notara que lo estaba siguiendo, reanudó su marcha. Fue con mucho cuidado, buscando las sombras que empezaba a ofrecerle la caída del sol. El sospechoso se encaminó hacia el puerto, pero se detuvo justo en la bocana de un canal, junto a la valla. Tintín lo seguía de lejos, sin quitarle el ojo de encima, pero de repente… se esfumó.
-Pero… no puede ser… ¿dónde se ha metido?
Tintín corrió hacia el sitio en el que había perdido de su vista al sospechoso. La valla, aunque no lo pareciera a simple vista, hacía en ese punto un extraño recoveco que dejaba un espacio de un par de metros ocultos a la vista. Y allí había un trozo de reja que alguien había doblado para poder introducirse en el puerto.
Tintín entró por el hueco y vio, sobre un edificio muy alto, en enorme letrero poco iluminado y bastante deteriorado en el que aún se distinguía un nombre: “Astilleros Boluda”. Se acercó silenciosamente a la enorme pared y se asomó a la inmensa puerta, que estaba ligeramente abierta. Allí dentro no había luz, pero se veía que estaba abandonado. Al otro lado del recinto, a través de la enorme abertura que daba paso al mar, se veía el reflejo de los últimos y anaranjados rayos de sol sobre la inmensa superficie de agua. Bajo una farola que emitía una tenue luz se encontraba el sospechoso, sentado sobre unas cajas de madera, mirando con unos extraños prismáticos hacia los demás astilleros en los que sí que había actividad y en los que varios barcos mercantes se encontraban cargando o descargando a saber qué mercancías. El sospechoso no perdía detalle y parecía que lo anotaba todo en algún sitio. Tintín pensó en volver a la pensión a por refuerzos, pero decidió que no podía perder al sospechoso de nuevo. Se palpó un bolsillo del pantalón y sacó un revólver. Aunque la situación le recordaba enormemente a la que había terminado con la muerte de Alain Boullu decidió actuar. Fue pasando silenciosamente entre las cajas vacías, los restos de palés rotos y los bidones de combustible vacíos. Cuando estuvo a escasos 15 metros del sospechoso se detuvo. Se agachó tras una pila de cajas, tomó aire y se levantó enérgicamente.
-¡Arriba las manos! ¡Policía! Deje todo lo que lleva en las manos en el suelo… lentamente. Y levante las manos hasta donde yo pueda verlas.
-Yo aún diría más. ¡Policía! ¡Arriba las manos!
Esa voz sonó a escasos centímetros de la cabeza de Tintín, quien notó como le apoyaban el cañón de una pistola en la parte trasera de la cabeza. El sospechoso, el que estaba sentado vigilando los astilleros, se levantó y se acercó a Tintín. Entonces encendió una linterna y se la puso en la cara.
-Quién es usted. Identifíquese.
-Yo aún diría más. Identifíquese, sea quien sea usted.
-¿Hernández? ¿Fernández?
Tras tres días de vigilancia intensa parecía que habían dado con una pista. Todos los días sobre las 10 de la mañana había un personaje que actuaba de una manera sospechosa y al que no podían identificar porque resultaba irreconocible bajo su enorme gorra gris y una poblada barba. Iba vestido con un pantalón de pana marrón oscuro y con una chaqueta de color azul marino por la que asomaba un suéter de cuello vuelto azul claro. Se acercaba a la garita del vigilante portuario y le pedía fuego para encender un cigarrillo. Después, tras conversar brevemente con él, se alejaba unos metros, cruzaba la acera y se ocultaba tras una columna de piedra desde la que era imposible que el vigilante lo viera. Sacaba lo que parecían ser unos minúsculos prismáticos y empezaba a otear el interior del puerto así como las cercanías del mismo. Cuando había cambio de turno del vigilante se guardaba los prismáticos y volvía a acercarse a la garita. De nuevo entablaba una breve conversación con el nuevo vigilante y le pedía fuego para un cigarrillo. Después se marchaba, pero volvía a aparecer con una chaqueta de color beis sobre las 16 horas. Volvía a seguir el mismo procedimiento y, tras el cambio de guardia, se marchaba. Tras comprobar que día tras día seguía actuando de la misma manera decidieron seguirle.
Tintín se disfrazó de anciano y salió tras él cuando abandonó la zona del puerto, sobre las 17 horas. El sospechoso andaba con paso firme y sólo se paró un par de veces para entrar en unas tiendecitas locales. Pronto llegó al barrio marítimo de Nazaret, que estaba situado muy cerca del puerto, y entró en un hostal. Tintín entró tras él pero lo había perdido de vista. Se acercó a la recepción y tocó la campanilla.
-Disculpe, buen hombre. Acaba de entrar un señor vestido con un pantalón marrón y una chaqueta beis. ¿Podría decirme en que habitación se aloja?
-Buenas tardes. No he visto entrar a nadie que responda a esa descripción.
-Lleva una enorme gorra gris y tiene barba.
-¿Barba? Mmmmh, esta pensión sólo tiene 15 habitaciones… y, que yo recuerde, no hay ningún huésped con barba. Pero si quiere puede sentarse en ese sofá y esperar a que vuelva a salir. Dentro de 45 minutos es la hora de cenar y, si quien busca está hospedado aquí, seguro que bajará.
-Gracias, esperaré aquí.
Cuando se hizo la hora de cenar empezaron a bajar personas por la escalera. Nadie coincidía con el sospechoso, pero sólo bajaron 11 personas. Tintín decidió volver a su pensión para intentar seguirle al día siguiente. Salió del hostal y se dirigió hacia el puerto, pero cuando giró una esquina vio salir por una puertezuela lateral de la pensión al sospechoso, ataviado con su inconfundible gorra gris. Tintín se detuvo en el acto y disimuló, haciendo como que se ataba un cordón de su zapato. Cuando el sospechoso estuvo a una distancia prudente, como para que no notara que lo estaba siguiendo, reanudó su marcha. Fue con mucho cuidado, buscando las sombras que empezaba a ofrecerle la caída del sol. El sospechoso se encaminó hacia el puerto, pero se detuvo justo en la bocana de un canal, junto a la valla. Tintín lo seguía de lejos, sin quitarle el ojo de encima, pero de repente… se esfumó.
-Pero… no puede ser… ¿dónde se ha metido?
Tintín corrió hacia el sitio en el que había perdido de su vista al sospechoso. La valla, aunque no lo pareciera a simple vista, hacía en ese punto un extraño recoveco que dejaba un espacio de un par de metros ocultos a la vista. Y allí había un trozo de reja que alguien había doblado para poder introducirse en el puerto.
Tintín entró por el hueco y vio, sobre un edificio muy alto, en enorme letrero poco iluminado y bastante deteriorado en el que aún se distinguía un nombre: “Astilleros Boluda”. Se acercó silenciosamente a la enorme pared y se asomó a la inmensa puerta, que estaba ligeramente abierta. Allí dentro no había luz, pero se veía que estaba abandonado. Al otro lado del recinto, a través de la enorme abertura que daba paso al mar, se veía el reflejo de los últimos y anaranjados rayos de sol sobre la inmensa superficie de agua. Bajo una farola que emitía una tenue luz se encontraba el sospechoso, sentado sobre unas cajas de madera, mirando con unos extraños prismáticos hacia los demás astilleros en los que sí que había actividad y en los que varios barcos mercantes se encontraban cargando o descargando a saber qué mercancías. El sospechoso no perdía detalle y parecía que lo anotaba todo en algún sitio. Tintín pensó en volver a la pensión a por refuerzos, pero decidió que no podía perder al sospechoso de nuevo. Se palpó un bolsillo del pantalón y sacó un revólver. Aunque la situación le recordaba enormemente a la que había terminado con la muerte de Alain Boullu decidió actuar. Fue pasando silenciosamente entre las cajas vacías, los restos de palés rotos y los bidones de combustible vacíos. Cuando estuvo a escasos 15 metros del sospechoso se detuvo. Se agachó tras una pila de cajas, tomó aire y se levantó enérgicamente.
-¡Arriba las manos! ¡Policía! Deje todo lo que lleva en las manos en el suelo… lentamente. Y levante las manos hasta donde yo pueda verlas.
-Yo aún diría más. ¡Policía! ¡Arriba las manos!
Esa voz sonó a escasos centímetros de la cabeza de Tintín, quien notó como le apoyaban el cañón de una pistola en la parte trasera de la cabeza. El sospechoso, el que estaba sentado vigilando los astilleros, se levantó y se acercó a Tintín. Entonces encendió una linterna y se la puso en la cara.
-Quién es usted. Identifíquese.
-Yo aún diría más. Identifíquese, sea quien sea usted.
-¿Hernández? ¿Fernández?
Last edited by zafiret on 01 Apr 2012, 17:52, edited 1 time in total.
Este foro es contagioso... ¡y hasta peligroso!
Cuidado con EL VIRUS CON COPETE.
Cuidado con EL VIRUS CON COPETE.
Re: Otra historieta apócrifa
Me encanta!! otro capitulo porfavor! los estoy copiando todos y pasandolos a mi KINDLE jeje.
- Bigtwin1000
- Tornasol (Rango 38º)
- Posts: 5174
- Joined: 07 Jul 2007, 22:44
Re: Otra historieta apócrifa
Genial... estoy intrigado. Esto del formato por entregas es una forma fantastica de mantener el suspense
Re: Otra historieta apócrifa
El capitán Haddock descansaba en su habitación, sentado en una silla de ruedas cerca de la ventana. Leía Le Vingtième Siècle mientras veía el sol caer sobre Bruselas. En el apartado de sucesos había encontrado una noticia que le había dejado helado:
“EL MERCADILLO DE LA PLACE DU JEU DE BALLE SE TIÑE DE LUTO.
Esta mañana ha sido extraña en el barrio de Marolles. El tradicional rastro de antigüedades que se viene montando allí desde hace más de 75 años ha sido suspendido hoy, por primera vez en su historia, a causa de un brutal asesinato acaecido en la propia Place du Jeu de Balle.
Una persona que responde a las iniciales de A. T. ha sido encontrado muerto en su domicilio, víctima de una salvaje agresión...
… A.T, marinero mercante de 54 años de edad, tenía un extenso historial criminal por asuntos relacionados con el contrabando y pesaban sobre él varias órdenes de busca y captura en varios países…
… cuando la policía llegó al lugar de los hechos, alertada por un vecino que había oído gritos y ruidos de una pelea, ya encontró a la víctima sin vida…
… los servicios sanitarios no pudieron más que certificar su muerte…
… se piensa que el móvil para cometer el asesinato puede haber sido un ajuste de cuentas o una deuda impagada, llevado a cabo sin duda por algún sicario de una banda organizada…
... durante toda la mañana de hoy se va a trabajar sobre el escenario del crimen y sobre los alrededores en busca de pruebas que puedan arrojar luz a este misterioso y estremecedor caso.”
-A.T… sin duda es Allan Thompson… creo que Tintín se ha quedado sin colaborador… Menudo palo, esta vez sí que parecía que iba a atrapar a ese infame de Rastapopoulos…
La puerta se abrió y un par de enfermeros entraron en la habitación empujando una cama. Sobre ella había una persona acostada, con su rostro vendado del que le salían un par de tubitos de la nariz. De una pequeña grúa metálica articulada que había anclada en un lateral de la cama colgaban un par de hilos gruesos que mantenían rígida pero elevada la pierna izquierda escayolada. Aunque estaba tapado hasta el cuello con una sábana blanca se apreciaba que el tronco lo tenía también completamente escayolado.
-Un momento, un momento… Paren, ¡paren! Creo que se han equivocado de habitación.
-¿No es esta la 611?
-Mmmmmm… no, creo que es al final del pasillo.
Uno de los enfermeros salió al pasillo, miró el número que había sobre el marco de la puerta y volvió a entrar.
-Muy gracioso, señor… señor Haddock.
-Sí, sí… ya, ya… Bueno, ¿este es mi nuevo compañero de celda?
-Efectivamente. Le presento al señor Pierre Roi. Desgraciadamente él aún no puede presentarse por sí solo porque sigue inconsciente, pero pronto podrán charlar y contarse sus batallitas.
-Claro, claro… ¡Rayos y truenos! Sepan que no estoy conforme con este abuso de autoridad carcelaria, con este desagravio a la intimidad personal, con este intrusismo hospitalario que… que… ¡Aaaaaugh!
-Señor Haddock, ¿se encuentra bien?
-Oh, sí… ya está, ya se va… ¿Serían tan amables de llevarme a mi cama?
Los enfermeros levantaron al capitán de la silla de ruedas y lo acostaron cuidadosamente.
-Llamaré al doctor Jacobs para que le eche un vistazo.
-¡Mil millones de naufragios! He sentido como si me retorcieran la espalda para hacerme un lazo…
-Bien, vamos a avisar a su doctor.
Los dos enfermeros salieron de la habitación y cerraron la puerta tras ellos. Unos segundos después volvió a entra uno de ellos.
-Huy, lo siento, se me había olvidado conectar al señor Roi.
Se acercó a un monitor negro que había adosado a la cama y accionó un interruptor.
-Ahora mismo vendrá su doctor, señor Haddock.
Salió de nuevo por la puerta. Haddock miró al techo en claro síntoma de desesperación. Era él, su viejo amigo, había vuelto… ¡¡¡el dichoso pitido del diablo!!!
“EL MERCADILLO DE LA PLACE DU JEU DE BALLE SE TIÑE DE LUTO.
Esta mañana ha sido extraña en el barrio de Marolles. El tradicional rastro de antigüedades que se viene montando allí desde hace más de 75 años ha sido suspendido hoy, por primera vez en su historia, a causa de un brutal asesinato acaecido en la propia Place du Jeu de Balle.
Una persona que responde a las iniciales de A. T. ha sido encontrado muerto en su domicilio, víctima de una salvaje agresión...
… A.T, marinero mercante de 54 años de edad, tenía un extenso historial criminal por asuntos relacionados con el contrabando y pesaban sobre él varias órdenes de busca y captura en varios países…
… cuando la policía llegó al lugar de los hechos, alertada por un vecino que había oído gritos y ruidos de una pelea, ya encontró a la víctima sin vida…
… los servicios sanitarios no pudieron más que certificar su muerte…
… se piensa que el móvil para cometer el asesinato puede haber sido un ajuste de cuentas o una deuda impagada, llevado a cabo sin duda por algún sicario de una banda organizada…
... durante toda la mañana de hoy se va a trabajar sobre el escenario del crimen y sobre los alrededores en busca de pruebas que puedan arrojar luz a este misterioso y estremecedor caso.”
-A.T… sin duda es Allan Thompson… creo que Tintín se ha quedado sin colaborador… Menudo palo, esta vez sí que parecía que iba a atrapar a ese infame de Rastapopoulos…
La puerta se abrió y un par de enfermeros entraron en la habitación empujando una cama. Sobre ella había una persona acostada, con su rostro vendado del que le salían un par de tubitos de la nariz. De una pequeña grúa metálica articulada que había anclada en un lateral de la cama colgaban un par de hilos gruesos que mantenían rígida pero elevada la pierna izquierda escayolada. Aunque estaba tapado hasta el cuello con una sábana blanca se apreciaba que el tronco lo tenía también completamente escayolado.
-Un momento, un momento… Paren, ¡paren! Creo que se han equivocado de habitación.
-¿No es esta la 611?
-Mmmmmm… no, creo que es al final del pasillo.
Uno de los enfermeros salió al pasillo, miró el número que había sobre el marco de la puerta y volvió a entrar.
-Muy gracioso, señor… señor Haddock.
-Sí, sí… ya, ya… Bueno, ¿este es mi nuevo compañero de celda?
-Efectivamente. Le presento al señor Pierre Roi. Desgraciadamente él aún no puede presentarse por sí solo porque sigue inconsciente, pero pronto podrán charlar y contarse sus batallitas.
-Claro, claro… ¡Rayos y truenos! Sepan que no estoy conforme con este abuso de autoridad carcelaria, con este desagravio a la intimidad personal, con este intrusismo hospitalario que… que… ¡Aaaaaugh!
-Señor Haddock, ¿se encuentra bien?
-Oh, sí… ya está, ya se va… ¿Serían tan amables de llevarme a mi cama?
Los enfermeros levantaron al capitán de la silla de ruedas y lo acostaron cuidadosamente.
-Llamaré al doctor Jacobs para que le eche un vistazo.
-¡Mil millones de naufragios! He sentido como si me retorcieran la espalda para hacerme un lazo…
-Bien, vamos a avisar a su doctor.
Los dos enfermeros salieron de la habitación y cerraron la puerta tras ellos. Unos segundos después volvió a entra uno de ellos.
-Huy, lo siento, se me había olvidado conectar al señor Roi.
Se acercó a un monitor negro que había adosado a la cama y accionó un interruptor.
-Ahora mismo vendrá su doctor, señor Haddock.
Salió de nuevo por la puerta. Haddock miró al techo en claro síntoma de desesperación. Era él, su viejo amigo, había vuelto… ¡¡¡el dichoso pitido del diablo!!!
Este foro es contagioso... ¡y hasta peligroso!
Cuidado con EL VIRUS CON COPETE.
Cuidado con EL VIRUS CON COPETE.
- nowhereman
- Bianca Castafiore (Rango 33º)
- Posts: 1528
- Joined: 27 Apr 2010, 11:18
Re: Otra historieta apócrifa
Life is what happens to you while you're busy making other plans
Dr. Winston O'Boogie ((ºJº))
Dr. Winston O'Boogie ((ºJº))
Re: Otra historieta apócrifa
-¿Capitán? Hola, soy Tintín.
-Hola, grumete… ¿qué tal por España?
-Bien, vigilando el puerto de Valencia para ver si encontramos a Rastapopoulos. Y usted, ¿cómo se encuentra?
-Bueno… aparte del compañero de habitación, que aún no molesta porque sigue inconsciente… poca cosa. Ayer estuvieron todo el día haciéndome pruebas de nosequé para nosecuántos. Sigo con la rehabilitación, pero parece que no avanzo mucho… Hoy me han suministrado la primera dosis de mi tratamiento y mañana vendrá el equipo médico al completo para examinarme y hablar conmigo y con Néstor. Dicen que este tratamiento debilita mucho y que puede tener efectos secundarios… ¡Bah! Soy un Haddock… no tienen ni idea de con quién están tratando estos matasanos de tres al cuarto.
-Perfecto. Le veo bastante animado y eso es muy bueno. Yo salgo esta tarde de viaje hacia Italia. Rastapopopulos viaja de incógnito en el crucero en el que me voy a embarcar, que hace escala en Messina de camino a Grecia. Aún no lo tenemos localizado, pero pronto lo haremos y lo atraparemos. Allan Thompson nos dijo…
-¿Allan Thompson? ¿Sabes que se lo han cargado?
-Sí, yo mismo redacté el artículo antes de partir hacia Valencia.
-¿Y no crees que se lo han cargado porque hayan descubierto que era un soplón? Tal vez Rastapopoulos esté al corriente de que pretendíais apresarlo en ese viaje y no se haya presentado.
-Sí, yo también lo pensé al principio. Pero nuestros informadores nos han dicho lo que vieron en el aeropuerto de Barcelona, preparado para coger un avión hacia Valencia.
-¿Y por qué no lo atraparon cuando lo vieron?
-No es tan fácil. Rastapopoulos utiliza muchos señuelos para escabullirse. De hecho, en ese avión hacia Valencia se produjo un intento de captura, pero cuando fueron a detenerlo… su asiento estaba ocupado por otra persona muy similar físicamente a él. Se registró palmo a palmo el avión y no lograron encontrarlo. Sin embargo, a la llegada a Valencia volvieron a verlo descender del avión, pero volvió a esfumarse.
-¡Rayos y truenos! Eso es imposible. Además, ¿para qué iba a actuar así ese pedazo de protozoo con patas? Es absurdo.
-Creo que se burla de nosotros y que pretende demostrarnos que somos incapaces de cogerlo. Y es precisamente por eso por lo que estoy convencido de que esta tarde va a embarcar en el “J.J. Gran”. Pero esta vez no se va a escapar, si es preciso ordenaré que detengan el barco en medio del mar para cogerle.
-Grumete, creo que te estás metiendo en la boca del lobo. Vas derechito a su terreno, donde no podrás defenderte. Esta situación me recuerda mucho a la que viví en Tapiocápolis cuando lo de los Pícaros de Alcázar, una emboscada en toda regla. En aquella ocasión tú viniste a mi rescate pero… ¿con quién estás tú ahí? ¿Con Milú y con un puñado de policías españoles…?
-Por cierto, no se lo va a creer. Ayer me encontré con Hernández y Fernández, que están trabajando aquí para la Interpol en el caso de piratería marítima de la red de extorsión de Rastapopoulos. También viajarán de incógnito en el crucero, bajo las identidades de Alejandro Martínez y Fernando Rodríguez.
-Me alegro de que no estés solo ahí, pero tener que confiar en esos dos zuavos... Ya me gustaría a mí acompañarte, más si cabe en otra aventura marina.
-A mí también me gustaría que estuviese aquí conmigo. Otra vez será, capitán.
-O no.
Un silencio sepulcral recorrió el hilo de teléfono entre Valencia y Bruselas durante unos segundos que parecieron interminables.
-Eeeeh… Capitán, tengo que dejarle. Tardaré unos días en poder comunicarme con usted porque no podré llamarle hasta que estemos en Messina. Cuídese…
-Adiós, Tintín. Espero volver a verte pronto.
Ambos colgaron sus teléfonos. El capitán Haddock se quedó durante unos instantes quieto, con la mirada perdida en ninguna parte, mientas que Tintín, a cientos de kilómetros de distancia, permaneció inmóvil unos minutos con el teléfono colgado pero sin soltarlo, cabizbajo, apoyado en el cristal de la cabina.
-Hola, grumete… ¿qué tal por España?
-Bien, vigilando el puerto de Valencia para ver si encontramos a Rastapopoulos. Y usted, ¿cómo se encuentra?
-Bueno… aparte del compañero de habitación, que aún no molesta porque sigue inconsciente… poca cosa. Ayer estuvieron todo el día haciéndome pruebas de nosequé para nosecuántos. Sigo con la rehabilitación, pero parece que no avanzo mucho… Hoy me han suministrado la primera dosis de mi tratamiento y mañana vendrá el equipo médico al completo para examinarme y hablar conmigo y con Néstor. Dicen que este tratamiento debilita mucho y que puede tener efectos secundarios… ¡Bah! Soy un Haddock… no tienen ni idea de con quién están tratando estos matasanos de tres al cuarto.
-Perfecto. Le veo bastante animado y eso es muy bueno. Yo salgo esta tarde de viaje hacia Italia. Rastapopopulos viaja de incógnito en el crucero en el que me voy a embarcar, que hace escala en Messina de camino a Grecia. Aún no lo tenemos localizado, pero pronto lo haremos y lo atraparemos. Allan Thompson nos dijo…
-¿Allan Thompson? ¿Sabes que se lo han cargado?
-Sí, yo mismo redacté el artículo antes de partir hacia Valencia.
-¿Y no crees que se lo han cargado porque hayan descubierto que era un soplón? Tal vez Rastapopoulos esté al corriente de que pretendíais apresarlo en ese viaje y no se haya presentado.
-Sí, yo también lo pensé al principio. Pero nuestros informadores nos han dicho lo que vieron en el aeropuerto de Barcelona, preparado para coger un avión hacia Valencia.
-¿Y por qué no lo atraparon cuando lo vieron?
-No es tan fácil. Rastapopoulos utiliza muchos señuelos para escabullirse. De hecho, en ese avión hacia Valencia se produjo un intento de captura, pero cuando fueron a detenerlo… su asiento estaba ocupado por otra persona muy similar físicamente a él. Se registró palmo a palmo el avión y no lograron encontrarlo. Sin embargo, a la llegada a Valencia volvieron a verlo descender del avión, pero volvió a esfumarse.
-¡Rayos y truenos! Eso es imposible. Además, ¿para qué iba a actuar así ese pedazo de protozoo con patas? Es absurdo.
-Creo que se burla de nosotros y que pretende demostrarnos que somos incapaces de cogerlo. Y es precisamente por eso por lo que estoy convencido de que esta tarde va a embarcar en el “J.J. Gran”. Pero esta vez no se va a escapar, si es preciso ordenaré que detengan el barco en medio del mar para cogerle.
-Grumete, creo que te estás metiendo en la boca del lobo. Vas derechito a su terreno, donde no podrás defenderte. Esta situación me recuerda mucho a la que viví en Tapiocápolis cuando lo de los Pícaros de Alcázar, una emboscada en toda regla. En aquella ocasión tú viniste a mi rescate pero… ¿con quién estás tú ahí? ¿Con Milú y con un puñado de policías españoles…?
-Por cierto, no se lo va a creer. Ayer me encontré con Hernández y Fernández, que están trabajando aquí para la Interpol en el caso de piratería marítima de la red de extorsión de Rastapopoulos. También viajarán de incógnito en el crucero, bajo las identidades de Alejandro Martínez y Fernando Rodríguez.
-Me alegro de que no estés solo ahí, pero tener que confiar en esos dos zuavos... Ya me gustaría a mí acompañarte, más si cabe en otra aventura marina.
-A mí también me gustaría que estuviese aquí conmigo. Otra vez será, capitán.
-O no.
Un silencio sepulcral recorrió el hilo de teléfono entre Valencia y Bruselas durante unos segundos que parecieron interminables.
-Eeeeh… Capitán, tengo que dejarle. Tardaré unos días en poder comunicarme con usted porque no podré llamarle hasta que estemos en Messina. Cuídese…
-Adiós, Tintín. Espero volver a verte pronto.
Ambos colgaron sus teléfonos. El capitán Haddock se quedó durante unos instantes quieto, con la mirada perdida en ninguna parte, mientas que Tintín, a cientos de kilómetros de distancia, permaneció inmóvil unos minutos con el teléfono colgado pero sin soltarlo, cabizbajo, apoyado en el cristal de la cabina.
Este foro es contagioso... ¡y hasta peligroso!
Cuidado con EL VIRUS CON COPETE.
Cuidado con EL VIRUS CON COPETE.
- Scardanelli
- General Alcázar (Rango 34º)
- Posts: 2420
- Joined: 06 Jun 2008, 21:41
Re: Otra historieta apócrifa
La vida sin música sería un error
Blog para tintinófilos: http://stratonefh22.blogspot.com/
La web de mi colección: http://stratonefh22.jimdo.com/
Blog para tintinófilos: http://stratonefh22.blogspot.com/
La web de mi colección: http://stratonefh22.jimdo.com/
Re: Otra historieta apócrifa
Habían pasado tres días desde la última vez que había hablado con Tintín, pero a él le parecía que habían pasado 3 meses. Las cosas habían cambiado mucho para él, quien ya empezaba a evidenciar los efectos secundarios de su tratamiento. Estaba tremendamente débil, había perdido mucho peso y le habían obligado a afeitarse la barba para poder colocarle las mascarillas de oxígeno que cada vez necesitaba con más frecuencia. Pero los fuertes ataques de dolor que de vez en cuando padecía le habían desaparecido por completo.
El equipo médico, con el doctor Remi a la cabeza, habían hablado con él y habían descartado definitivamente la opción de que pudiese volver a caminar. Su enfermedad se había extendido hacia la espalda y había sufrido un pinzamiento en las vértebras a causa del desgaste óseo. Pero también le habían dado la buena noticia de que parecía que estaba respondiendo bien al tratamiento y que pronto estabilizarían su estado.
Tornasol y la Castafiore habían ido a visitarle, cosa que el capitán les había agradecido sinceramente a ambos. Silvestre le dijo que trabajaría sin descanso para encontrar un remedio natural a su enfermedad mientras que Bianca Castafiore le prometió recitarle todo el repertorio de su último espectáculo, en privado, para él solito, cuando estuviera en casa…
Todo lo contrario le pasaba al señor Roi, quien todavía no había despertado aunque ya hacía un par de días que los enfermeros le habían quitado los tubos y se habían llevado la máquina del dichoso molesto pitidito. También le habían quitado los vendajes de la cabeza y de la cara, pero la doctora Kieckiens no lo había visto apropiado todavía y había mandado que se los volviesen a colocar, dejándole al descubierto los ojos y la boca.
Al día siguiente el capitán ya se encontraba bastante mejor. Le habían adaptado la cama a la altura justa para que pudiese sentarse él solo en la silla de ruedas. El doctor Remi se congratulaba de que el capitán tuviese unos brazos en tan buena forma como para que pudiese valerse por sí mismo. Y el capitán le había arrancado la promesa de que, en el momento en que su estado estuviera estabilizado, le dejaría marchar a su castillo.
Y esa misma mañana Pierre Roi despertó. Se formó un gran alboroto cuando esto sucedió y todo el equipo médico al completo acudió a la habitación. Corrieron una tupida cortina que separaba ambas camas y el capitán escuchó cómo reanimaban a su compañero de celda.
-¿Me oye?... ¿Nota esto que le estoy haciendo?... Apriete mi mano… Dígame algo, señor Roi…
Con todo esto le venía a su mente una extraña sensación de dejà vú, una sensación que era real pero que para el capitán no eran más que leves flashes borrosos en su mente.
Los doctores salieron de la habitación pero la cortina no fue descorrida. Néstor, que había permanecido en todo momento sentado al lado de la ventana, se levantó para curiosear pero se sentó de nuevo al oír que alguien volvía a entrar en la habitación.
-Dígame, doctora Kieckiens, ¿cuándo podré hablar con él?
-Acaba de recobrar el conocimiento y ahora mismo se ha quedado dormido. Debe pasar un tiempo prudente antes de que el señor Roi pueda asimilar su estado de salud… 48 horas.
-¡¿48 horas?!
-Por lo menos, teniente… por lo menos.
El capitán Haddock había reconocido la voz masculina pero no lograba recordar de quién era. Pero cuando la doctora se refirió a esa voz como “teniente”…
-¿Teniente Bellier? ¿Es usted, teniente Bellier?
La cortina se corrió lo suficiente como para que el teniente Bellier se asomará al lado del capitán Haddock.
-Disculpe, ¿le conozco?
-Teniente Bellier, ¿no me reconoce?
-Disculpe… pero no.
-¡Rayos y truenos! Soy Archibaldo Haddock, el compañero de Tintín.
-¡¿Cómo?! ¿El capitán Haddock?
-El mismo… o lo que queda de él.
-Vaya, no lo había reconocido sin su barba y su gorra. Qué casualidad…
-¿Qué hace usted en mi habitación?
-¿Yo? Pues… he venido a ver a su compañero, el señor Roi. Ha sufrido un accidente y queremos tomarle declaración.
-Ah, vale. Está hecho polvo el pobre, ¿sabe?
-Sí, eso parece… Bueno, tengo prisa. Me alegro de haberle visto. Cuídese.
-Gracias, igualmente. Y no se preocupe, aquí nos cuidan muy bien, esto es una cárcel de lujo.
El teniente Bellier y la doctora Kieckiens salieron de la habitación. Néstor aprovechó para levantarse y salió tras ellos para ir al baño.
El equipo médico, con el doctor Remi a la cabeza, habían hablado con él y habían descartado definitivamente la opción de que pudiese volver a caminar. Su enfermedad se había extendido hacia la espalda y había sufrido un pinzamiento en las vértebras a causa del desgaste óseo. Pero también le habían dado la buena noticia de que parecía que estaba respondiendo bien al tratamiento y que pronto estabilizarían su estado.
Tornasol y la Castafiore habían ido a visitarle, cosa que el capitán les había agradecido sinceramente a ambos. Silvestre le dijo que trabajaría sin descanso para encontrar un remedio natural a su enfermedad mientras que Bianca Castafiore le prometió recitarle todo el repertorio de su último espectáculo, en privado, para él solito, cuando estuviera en casa…
Todo lo contrario le pasaba al señor Roi, quien todavía no había despertado aunque ya hacía un par de días que los enfermeros le habían quitado los tubos y se habían llevado la máquina del dichoso molesto pitidito. También le habían quitado los vendajes de la cabeza y de la cara, pero la doctora Kieckiens no lo había visto apropiado todavía y había mandado que se los volviesen a colocar, dejándole al descubierto los ojos y la boca.
Al día siguiente el capitán ya se encontraba bastante mejor. Le habían adaptado la cama a la altura justa para que pudiese sentarse él solo en la silla de ruedas. El doctor Remi se congratulaba de que el capitán tuviese unos brazos en tan buena forma como para que pudiese valerse por sí mismo. Y el capitán le había arrancado la promesa de que, en el momento en que su estado estuviera estabilizado, le dejaría marchar a su castillo.
Y esa misma mañana Pierre Roi despertó. Se formó un gran alboroto cuando esto sucedió y todo el equipo médico al completo acudió a la habitación. Corrieron una tupida cortina que separaba ambas camas y el capitán escuchó cómo reanimaban a su compañero de celda.
-¿Me oye?... ¿Nota esto que le estoy haciendo?... Apriete mi mano… Dígame algo, señor Roi…
Con todo esto le venía a su mente una extraña sensación de dejà vú, una sensación que era real pero que para el capitán no eran más que leves flashes borrosos en su mente.
Los doctores salieron de la habitación pero la cortina no fue descorrida. Néstor, que había permanecido en todo momento sentado al lado de la ventana, se levantó para curiosear pero se sentó de nuevo al oír que alguien volvía a entrar en la habitación.
-Dígame, doctora Kieckiens, ¿cuándo podré hablar con él?
-Acaba de recobrar el conocimiento y ahora mismo se ha quedado dormido. Debe pasar un tiempo prudente antes de que el señor Roi pueda asimilar su estado de salud… 48 horas.
-¡¿48 horas?!
-Por lo menos, teniente… por lo menos.
El capitán Haddock había reconocido la voz masculina pero no lograba recordar de quién era. Pero cuando la doctora se refirió a esa voz como “teniente”…
-¿Teniente Bellier? ¿Es usted, teniente Bellier?
La cortina se corrió lo suficiente como para que el teniente Bellier se asomará al lado del capitán Haddock.
-Disculpe, ¿le conozco?
-Teniente Bellier, ¿no me reconoce?
-Disculpe… pero no.
-¡Rayos y truenos! Soy Archibaldo Haddock, el compañero de Tintín.
-¡¿Cómo?! ¿El capitán Haddock?
-El mismo… o lo que queda de él.
-Vaya, no lo había reconocido sin su barba y su gorra. Qué casualidad…
-¿Qué hace usted en mi habitación?
-¿Yo? Pues… he venido a ver a su compañero, el señor Roi. Ha sufrido un accidente y queremos tomarle declaración.
-Ah, vale. Está hecho polvo el pobre, ¿sabe?
-Sí, eso parece… Bueno, tengo prisa. Me alegro de haberle visto. Cuídese.
-Gracias, igualmente. Y no se preocupe, aquí nos cuidan muy bien, esto es una cárcel de lujo.
El teniente Bellier y la doctora Kieckiens salieron de la habitación. Néstor aprovechó para levantarse y salió tras ellos para ir al baño.
Este foro es contagioso... ¡y hasta peligroso!
Cuidado con EL VIRUS CON COPETE.
Cuidado con EL VIRUS CON COPETE.
Re: Otra historieta apócrifa
Tintín empezaba a impacientarse. Llevaban tres días de crucero y todavía no habían dado con Rastapopoulos, pero ahora más que nunca estaba convencido de que viajaba en el barco. Tenía la extraña sensación de que ellos, que estaban llevando una labor implacable de vigilancia, estaban siendo a la vez también controlados. Durante estos días no paraban de encontrarse continuamente con ciertas personas, doce habían contado, que entre los casi 600 pasajeros que estaban alojados en el “J.J. Gran” hacía que esos continuos encuentros estuviesen fuera de la casualidad y dentro de la causalidad.
Tintín, Hernández, Fernández y el inspector Paco Miranda con cinco de sus mejores agentes eran los encargados de la vigilancia. Durante el día intentaban ni siquiera cruzarse, pero todas las noches se reunían en sus camarotes aleatoriamente para intercambiar impresiones y todos habían identificado a esa docena de personas como sospechosos de formar parte del séquito de Rastapopoulos. A Milú, irreconocible con su pelo blanco tintado con manchas marrones, le habían dado una serie de prendas de ropa para que las oliese y recorriese el barco. Tampoco habían conseguido nada con esto, ni siquiera cuando le dieron a oler un cigarro Flor-Fina de los que acostumbraba a fumar Rastapopopulos.
Ya eran las 11 de la noche y les había tocado reunirse en el camarote que compartían el sub-inspector Lucas Fernández y la agente Paloma Pérez.
-Realmente es muy escurridizo, Tintín.
-Sí que lo es, inspector Miranda. Estaba convencido de que no llegaríamos a Messina, pero llevamos la mitad del trayecto y ni siquiera tenemos ningún indicio de su escondite. Vamos a repasar el plan de vigilancia, por si estamos pasando algo por alto.
-Muy bien, veamos… Salas de ocio y comedores: sub-inspector Lucas Fernández y agente Paloma Pérez; cubiertas, piscinas y terrazas: agentes Hernández y Fernández; accesos a habitaciones, camarotes y suites: agente José Luis Povedilla; control de tripulación, sala de máquinas y almacén: inspector Paco… yo, vamos; enlace interno: Tintín. El turno de noche es para el sub-inspector Mariano Moreno y el agente José Luis Povo.
-Sí, yo continuaré pasando por todas las zonas, por si hay algo que notificarnos entre nosotros sin necesidad de abandonar las asignaciones. Aunque, particularmente, pienso que deberíamos utilizar los walkies-talkies entre nosotros.
-Esos aparatos no podemos utilizarlos para comunicarnos, Tintín. Sólo los tenemos por si captamos alguna comunicación entre Rastapopoulos y…
En ese momento llamaron a la puerta del camarote. Tintín abrió la puerta con mucha precaución y el agente Povo entró visiblemente preocupado.
-¿Qué hace aquí? Debería estar vigilando…
-Lo siento. El sub-inspector Moreno… no lo encuentro. Cada hora nos reunimos en ciertos lugares que tenemos establecidos, por si hay algo sospechoso… Hace tres horas que no ha aparecido en ninguno de los puntos.
-¿Y no puedes ser que…?
-Sí, inspector Miranda, yo también he pensado que se podía haber entretenido por algún motivo… pero ha faltado a las tres última citas.
-Tranquilo, agente Povo. Continúe con su vigilancia, nosotros buscaremos al sub-inspector. Venga, todos a sus posiciones… y esta vez vayan armados.
-Yo subiré al puente de mando para echar un vistazo desde allí. Así aprovecharé para hablar con el capitán e intentaré comunicarme con el teniente Bellier vía radio. Vamos, Milú.
Todos salieron lenta y escalonadamente hacia sus camarotes para coger sus armas. Tintín fue directamente a la cubierta superior y subió por la estrecha escalera de hierro para hablar con el capitán. Ante de entrar se asomó por la barandilla y la rodeó la cabina para intentar ver algo, pero la bruma ya había caído y no se veía prácticamente nada desde allí.
-Buenas noches, capitán.
-Hola, buenas noches. ¿Qué desea?
-Verá. Me llamo Tintín y soy periodista. Viajo en este barco con un grupo de compañeros rumbo a Atenas, donde debemos efectuar un reportaje. Pero nos ha surgido un imprevisto y necesitamos comunicarnos urgentemente con nuestra redacción en Bruselas. ¿Sería usted tan amable de dejarnos utilizar la radio?
-Lo siento, no está permitido el uso de la radio a nadie que no sea miembro de la tripulación. Deberán esperar a que hagamos la parada en Messina para contactar con su redacción. Son normas del barco.
-Sí, comprendo… pero es que es de vital importancia…
-Lo siento, pero no puedo dejarle usar la radio. Es más, no se permite la entrada a la cabina de mando a nadie ajeno a la tripulación. Haga el favor de salir de aquí.
-Gracias de todas formas, capitán… capitán…
-Capitán Estévez.
-Gracias, capitán Estévez.
Tintín salió de la cabina de mando y bajó a la cubierta. Se paró allí unos segundos, mirando alrededor, buscando algo que le pareciera sospechoso. Quedaba muy poca gente en cubierta y no vio nada que le llamara la atención. Decidió volver a su camarote en busca de Milú, para ver si algún compañero del sub-inspector Moreno le podían facilitar alguna prenda para intentar seguirle el rastro. Al girar una esquina se topó con un marinero y se golpearon las cabezas. Tintín perdió el equilibrio y, tras tropezar con un florero, cayó al suelo.
-Oh, disculpe caballero.
-No, ha sido culpa mía. Andaba pensativo y no le he visto venir.
-Permítame que le ayude. Soy el contramaestre Jan Karaboud, ¿se encuentra bien?
-Sí, sí… no ha sido nada. Muchas gracias.
-No hay de qué. No obstante, me sentiría muy halagado si aceptase la invitación para visitar el puente de mando. Sería una manera de pedirle disculpas por el encontronazo que hemos sufrido.
-¿Visitar el puente de mando? Disculpe, acabo de hablar con el capitán Estévez y me ha dicho que no se permite la entrada a nadie que no sea de la tripulación.
-Vaya, ese viejo cascarrabias…
-¿Viejo? La persona con la que yo he hablado es un joven bastante alto y fornido, de unos 40 ó 45 años.
-O usted no ha hablado con el capitán Francisco Estévez o se está confundiendo de persona. El capitán debe tener unos 60 años, es un poco grueso y tiene una lustrosa barba cana.
-Oh, Dios mío.
Tintín se dio la vuelta y salió corriendo hacia la cubierta, con Milú detrás. El contramaestre Karaboud le siguió en la carrera. Cuando estaban llegando a la escalera metálica que daba acceso al puente de mando vieron bajar corriendo por ella y saltar desde una altura considerable a una persona cuya silueta se diluyó en la bruma.
Los tres subieron rápidamente al puente de mando y entraron. Aparentemente no había nada anormal allí, salvo la ausencia del capitán del barco.
-¿Dónde está ese “capitán Estévez” joven y fornido? Jajajaja.
-Estaba aquí hace 15 minutos. Debe ser la persona que hemos visto alejarse de la escalera.
-Fuera quien fuera esa persona le puedo asegurar que no era el capitán del “J.J. Gran”.
-Contramaestre Karaboud, ¿me permitiría utilizar la radio?
-Por supuesto, está ahí dentro, en la cabina.
Tintín se dirigió a la puertecita que daba acceso a la cabina de radio. Nada más bajar la manivela se abrió de golpe y se le vino encima un cuerpo humano atado con cuerdas y amordazado. Milú comenzó a ladrar.
-Creo que acabamos de encontrar al verdadero capitán Estévez.
-Oh, Dios mío. Es el capitán.
Tintín le tomó el pulso. Vivía, sólo estaba inconsciente. Levantó la mirada y se quedó mirando la cabina de radio, en cuyo interior había multitud de piezas electrónicas esparcidas por el suelo y lo que parecían ser los restos de la silla metálica del oficial radioelectrónico.
-Y también creo que estamos incomunicados.
Tintín, Hernández, Fernández y el inspector Paco Miranda con cinco de sus mejores agentes eran los encargados de la vigilancia. Durante el día intentaban ni siquiera cruzarse, pero todas las noches se reunían en sus camarotes aleatoriamente para intercambiar impresiones y todos habían identificado a esa docena de personas como sospechosos de formar parte del séquito de Rastapopoulos. A Milú, irreconocible con su pelo blanco tintado con manchas marrones, le habían dado una serie de prendas de ropa para que las oliese y recorriese el barco. Tampoco habían conseguido nada con esto, ni siquiera cuando le dieron a oler un cigarro Flor-Fina de los que acostumbraba a fumar Rastapopopulos.
Ya eran las 11 de la noche y les había tocado reunirse en el camarote que compartían el sub-inspector Lucas Fernández y la agente Paloma Pérez.
-Realmente es muy escurridizo, Tintín.
-Sí que lo es, inspector Miranda. Estaba convencido de que no llegaríamos a Messina, pero llevamos la mitad del trayecto y ni siquiera tenemos ningún indicio de su escondite. Vamos a repasar el plan de vigilancia, por si estamos pasando algo por alto.
-Muy bien, veamos… Salas de ocio y comedores: sub-inspector Lucas Fernández y agente Paloma Pérez; cubiertas, piscinas y terrazas: agentes Hernández y Fernández; accesos a habitaciones, camarotes y suites: agente José Luis Povedilla; control de tripulación, sala de máquinas y almacén: inspector Paco… yo, vamos; enlace interno: Tintín. El turno de noche es para el sub-inspector Mariano Moreno y el agente José Luis Povo.
-Sí, yo continuaré pasando por todas las zonas, por si hay algo que notificarnos entre nosotros sin necesidad de abandonar las asignaciones. Aunque, particularmente, pienso que deberíamos utilizar los walkies-talkies entre nosotros.
-Esos aparatos no podemos utilizarlos para comunicarnos, Tintín. Sólo los tenemos por si captamos alguna comunicación entre Rastapopoulos y…
En ese momento llamaron a la puerta del camarote. Tintín abrió la puerta con mucha precaución y el agente Povo entró visiblemente preocupado.
-¿Qué hace aquí? Debería estar vigilando…
-Lo siento. El sub-inspector Moreno… no lo encuentro. Cada hora nos reunimos en ciertos lugares que tenemos establecidos, por si hay algo sospechoso… Hace tres horas que no ha aparecido en ninguno de los puntos.
-¿Y no puedes ser que…?
-Sí, inspector Miranda, yo también he pensado que se podía haber entretenido por algún motivo… pero ha faltado a las tres última citas.
-Tranquilo, agente Povo. Continúe con su vigilancia, nosotros buscaremos al sub-inspector. Venga, todos a sus posiciones… y esta vez vayan armados.
-Yo subiré al puente de mando para echar un vistazo desde allí. Así aprovecharé para hablar con el capitán e intentaré comunicarme con el teniente Bellier vía radio. Vamos, Milú.
Todos salieron lenta y escalonadamente hacia sus camarotes para coger sus armas. Tintín fue directamente a la cubierta superior y subió por la estrecha escalera de hierro para hablar con el capitán. Ante de entrar se asomó por la barandilla y la rodeó la cabina para intentar ver algo, pero la bruma ya había caído y no se veía prácticamente nada desde allí.
-Buenas noches, capitán.
-Hola, buenas noches. ¿Qué desea?
-Verá. Me llamo Tintín y soy periodista. Viajo en este barco con un grupo de compañeros rumbo a Atenas, donde debemos efectuar un reportaje. Pero nos ha surgido un imprevisto y necesitamos comunicarnos urgentemente con nuestra redacción en Bruselas. ¿Sería usted tan amable de dejarnos utilizar la radio?
-Lo siento, no está permitido el uso de la radio a nadie que no sea miembro de la tripulación. Deberán esperar a que hagamos la parada en Messina para contactar con su redacción. Son normas del barco.
-Sí, comprendo… pero es que es de vital importancia…
-Lo siento, pero no puedo dejarle usar la radio. Es más, no se permite la entrada a la cabina de mando a nadie ajeno a la tripulación. Haga el favor de salir de aquí.
-Gracias de todas formas, capitán… capitán…
-Capitán Estévez.
-Gracias, capitán Estévez.
Tintín salió de la cabina de mando y bajó a la cubierta. Se paró allí unos segundos, mirando alrededor, buscando algo que le pareciera sospechoso. Quedaba muy poca gente en cubierta y no vio nada que le llamara la atención. Decidió volver a su camarote en busca de Milú, para ver si algún compañero del sub-inspector Moreno le podían facilitar alguna prenda para intentar seguirle el rastro. Al girar una esquina se topó con un marinero y se golpearon las cabezas. Tintín perdió el equilibrio y, tras tropezar con un florero, cayó al suelo.
-Oh, disculpe caballero.
-No, ha sido culpa mía. Andaba pensativo y no le he visto venir.
-Permítame que le ayude. Soy el contramaestre Jan Karaboud, ¿se encuentra bien?
-Sí, sí… no ha sido nada. Muchas gracias.
-No hay de qué. No obstante, me sentiría muy halagado si aceptase la invitación para visitar el puente de mando. Sería una manera de pedirle disculpas por el encontronazo que hemos sufrido.
-¿Visitar el puente de mando? Disculpe, acabo de hablar con el capitán Estévez y me ha dicho que no se permite la entrada a nadie que no sea de la tripulación.
-Vaya, ese viejo cascarrabias…
-¿Viejo? La persona con la que yo he hablado es un joven bastante alto y fornido, de unos 40 ó 45 años.
-O usted no ha hablado con el capitán Francisco Estévez o se está confundiendo de persona. El capitán debe tener unos 60 años, es un poco grueso y tiene una lustrosa barba cana.
-Oh, Dios mío.
Tintín se dio la vuelta y salió corriendo hacia la cubierta, con Milú detrás. El contramaestre Karaboud le siguió en la carrera. Cuando estaban llegando a la escalera metálica que daba acceso al puente de mando vieron bajar corriendo por ella y saltar desde una altura considerable a una persona cuya silueta se diluyó en la bruma.
Los tres subieron rápidamente al puente de mando y entraron. Aparentemente no había nada anormal allí, salvo la ausencia del capitán del barco.
-¿Dónde está ese “capitán Estévez” joven y fornido? Jajajaja.
-Estaba aquí hace 15 minutos. Debe ser la persona que hemos visto alejarse de la escalera.
-Fuera quien fuera esa persona le puedo asegurar que no era el capitán del “J.J. Gran”.
-Contramaestre Karaboud, ¿me permitiría utilizar la radio?
-Por supuesto, está ahí dentro, en la cabina.
Tintín se dirigió a la puertecita que daba acceso a la cabina de radio. Nada más bajar la manivela se abrió de golpe y se le vino encima un cuerpo humano atado con cuerdas y amordazado. Milú comenzó a ladrar.
-Creo que acabamos de encontrar al verdadero capitán Estévez.
-Oh, Dios mío. Es el capitán.
Tintín le tomó el pulso. Vivía, sólo estaba inconsciente. Levantó la mirada y se quedó mirando la cabina de radio, en cuyo interior había multitud de piezas electrónicas esparcidas por el suelo y lo que parecían ser los restos de la silla metálica del oficial radioelectrónico.
-Y también creo que estamos incomunicados.
Este foro es contagioso... ¡y hasta peligroso!
Cuidado con EL VIRUS CON COPETE.
Cuidado con EL VIRUS CON COPETE.
- Bigtwin1000
- Tornasol (Rango 38º)
- Posts: 5174
- Joined: 07 Jul 2007, 22:44
Re: Otra historieta apócrifa
Grande...
Who is online
Users browsing this forum: Ahrefs [Bot] and 0 guests