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by Xifort » 13 May 2007, 09:39
TEXTO, SIN ILUSTRACIONES, DE
POR TIERRA, MAR Y AIRE
POR TIERRA, MAR Y AIRE
Los medios de locomoción de Tintín
Tintín es aventura. La aventura implica movimiento y el movimiento se demuestra andando. O quizá no: también el héroe deberá usar vehículos para desplazarse en sus correrías.
Tintín utiliza, a lo largo de veintitrés álbums y medio, infinidad de medios de transporte. Desde el más simple (a pie), junto a los de tracción animal (caballos, elefantes, camellos), van ganado en complejidad (o en fuerza de músculos humanos: balsas, canoas, botes, bicicletas), pasando por automóviles, motocicletas, lanchas y avionetas para llegar, como un James Bond cualquiera, a las cotas máximas de la tecnología (submarino de bolsillo, cohete espacial).
Aunque el estilo de cómic que “inventó” Georges Remi, la línea clara, no deja de ser caricaturesco, el padre del reportero del mechón, ponía el máximo esmero en que sus dibujos reprodujesen la realidad con la mayor exactitud posible. Así, nos es bastante fácil identificarlos con sus modelos originales: el autor los dibujará y redibujará hasta que queden a su gusto.
Pero la relación entre Hergé y Tintín con los medios de locomoción no se limita a Las Aventuras de Tintín. Ya en 1940 Hergé sueña con crear un ambicioso proyecto enciclopédico para enseñar divirtiendo a sus jóvenes lectores. El proyecto, bajo el epígrafe de “Tintín explica” y con el título de Voir et savoir (ver y saber), irá tomando forma y comenzará precisamente por la historia de los medios de transporte, primero en las páginas del semanario Tintin y luego en forma de cromos coleccionables. Desde 1946 hasta 1963, y no sin problemas (las dos primeras colecciones no pudieron terminarse), Hergé, con la ayuda de sus íntimos colaboradores (Jacobs, De Moor, Martin, Leloup y el refuerzo de Fouillé) publica un total de ocho series de cromos divulgativos dedicados a la historia de la aerostación (lo que comúnmente se conoce como “globos”), del ferrocarril, de la marina, de la aviación y del automóvil.
Y precisamente por los automóviles vamos a empezar.
Un gran vicio oculto de Hergé era la pasión por la velocidad. Como Cartoffoli, el milanés de nombre kilométrico, Hergé devoraba las millas entre Bruselas y su lugar de retiro, a orillas del lago Léman con sus fieri macchine: Alfa-Romeo y Lancia. Precisamente en éste último, un 17 de febrero de 1952, le sorprendió la tragedia: Hergé y su afición por la velocidad son los causantes de un accidente en el que su esposa, Germaine, resulta gravemente herida.
El catálogo tintinesco de automóviles abarca desde modestos utilitarios hasta haigas y lujosas limusinas, pasando, cómo no, por impresionantes bólidos de carreras, sin olvidar furgonetas, camiones y todoterrenos.
Las más prestigiosas marcas se suceden viñeta tras viñeta: Ford, Renault, Citroën, Opel, Mercedes, Buick, Packard...
También aparecen en este cómic vehículos de dos ruedas: potentes motocicletas y sidecars que generalmente pertenecen a cuerpos policiales y que Tintín “toma prestadas” en algunas ocasiones. En Tintín y los Pícaros el reportero utiliza un sencillo ciclomotor, que también monta en la inacabada Tintín y el Arte Alfa.
Como el espacio del que disponemos es limitado, elaboraremos un top ten personalísimo de los coches de Tintín:
10-Citroën 5HP (Tintín en el País del Oro Negro). Al comienzo de esta aventura aparecen Hernández y Fernández en un viejo cochecito cuyo motor, en un gran gag, hace “pum” a causa de una gasolina adulterada.
9-Coche bordurio (El Asunto Tornasol). Su diseñador, Jacques Martin se basó en dos Mercedes, el 300SL y el 220S y en el Chevrolet Bel Air. Todos los automóviles bordurios tienen una peculiaridad: en Borduria, donde impera el culto al líder, hasta los parachoques de los automóviles ostentan bigote: los bigotes de Plekszy-Gladz.
8-Ford V8 (La Oreja Rota). Presentado con la fascinante frase “auto ametrallador de la República de San Teodoros”, nos introduce en los vehículos militares. En El Asunto Tornasol Tintín roba un carro de combate bordurio utilizando la misma táctica que con el mencionado V8.
7-Packard Super Eight Coupé (El Cetro de Ottokar). Éste es el coche de un rey. Muskar XIII conduce su propio automóvil, con el que atropellará a Tintín. Gracias al accidente, el reportero comunicará al monarca sus sospechas de conspiración.
6-Lincoln Zephir Cabriolet (Las 7 Bolas de Cristal). Propiedad de Haddock. Llamado el avión terrestre, gozaba de un motor de gran potencia y forma aerodinámica. El vehículo es descapotable, lo que dará juego para uno de los mejores gags de Hergé: los vanos intentos del capitán de subir la capota en un momento de lluvia.
5-Lancia Aurelia B20 GT 2500 (El Asunto Tornasol). Decir Lancia Aurelia es decir Cartoffoli. El gentleman lombardo conduce con gran desparpajo este deportivo carrozado por Pininfarina. Hergé también había sido propietario de un Aurelia: el B12.
4-Bólido rojo del Maharajá (Los Cigarros del Faraón). Un auténtico coche de carreras. Dibujado también por Martin, es la suma de elementos del Alfa Romeo P3, del Era y del Amilcar CGSS, que ya había aparecido en Tintín en el País de los Soviets.
3-Jeep Willys (Tintín en el País del Oro Negro / Objetivo: la Luna). “Desde las ardientes arenas del desierto hasta los fríos hielos del ártico”, decía la propaganda. Es el único vehículo que aparece en dos portadas de Las Aventuras de Tintín.
2-Citroën 2CV (El Asunto Tornasol / Las Joyas de la Castafiore). Para el número dos, un coche con dos caballos para dos mulos (los “gemelos”). A principios de la década de los 80, poco antes de fallecer, Hergé dibujó para Citroën cuatro historietas cortas destinadas a una campaña de publicidad del 2CV.
1-Ford T (Tintín en el Congo) El auténtico númber guán de los automóviles. Declarado como “el mejor automóvil del siglo XX”, el desvencijado Ford transporta a Tintín con toda su impedimenta por la sabana africana e incluso lo utiliza como remolque de un tren descarrilado, descarrilado por el propio Ford, cabe añadir.
Dos son las grandes viñetas “automovilísticas” que destacan sobre las demás: El desbarajuste causado por Latón al llevar el rallye del Volante Club a Moulinsart (última página de Stock de Coque) y el desaguisado del Lancia de Cartoffoli en la plaza del ayuntamiento de un pueblecito de la Haute Savoie (El Asunto Tornasol, pág. 38).
Todos, desde nuestra más tierna infancia, hemos sentido una gran fascinación por los trenes. ¿Qué niño no ha jugado a los trenes como Abdallah y su chuc chuc, imitando a una locomotora en el decauville de Müller en Wadesdah?
Desde mediados del siglo XIX y durante más de una centuria, el tren se convierte en el medio de transporte terrestre más popular, una verdadera institución. ¿Qué hubiera sido de personajes como Sherlock Holmes y Hércules Poirot o de directores como Hitchcock sin el ferrocarril?
Para Tintín y Hergé el tren es un simple instrumento, lejos de cualquier épica. Sin embargo, será protagonista de una treintena de gags a lo largo de 11 álbums.
El tren va perdiendo preponderancia en Las Aventuras de Tintín con el transcurso del tiempo. En los siete primeros álbums abundan gags en los que aparece este transporte, dejando paso más tarde a otros, principalmente al avión.
Ya las primera viñetas publicadas de Tintín se desarrollan en un tren camino de la URSS, aventura que finaliza con una imagen de la desaparecida Gare du Nord Bruselense.
En Tintín en el Congo podemos ver la fragilidad del transporte ferroviario de la antigua colonia belga, que parece gestionado por ADIF, mientras que la aventura norteamericana es un homenaje a Buster Keaton y a su El Maquinista de la General.
Trasladados al continente asiático, constatamos que el ferrocarril es el principal transporte en la India (Los Cigarros del Faraón) y que en la China de El Loto Azul lo utiliza Japón para crear un ficticio casus belli.
Un gag en un paso a nivel en La Oreja Rota –junto a otro casi calcado en El Asunto Tornasol- nos acercará a la Gran Bretaña, patria del ferrocarril, donde en La isla Negra podremos disfrutar de dos grandes escenas: la persecución a través del vagón restaurante y el provecho que obtiene Milú de una gotera en una cisterna de whisky (¡Loch Lomond, por supesto!).
Las últimas apariciones importantes del ferrocarril se ubican en el díptico de Ráscar Capac: abre, como escenario, Las 7 Bolas de Cristal y tiene su momento álgido en los Andes peruanos (El Templo del Sol) cuando el sabotaje del tren obliga a Tintín a saltar desde lo alto de un viaducto en una de las escenas más conocidas de la serie.
Así la magia del tren irá desapareciendo de Las Aventuras de Tintín.
Si el tren queda constreñido entre dos vías, el barco, en cambio, es el paradigma de la libertad. En La Estrella Misteriosa, en el puente del Aurora (un gran fiasco de Hergé a la hora de dibujar: un barquito chiquitito que jamás hubiera podido navegar), la espuma del oleaje nos azota la cara, como si nos acompañasen Verne o Salgari; Conrad, London o Stevenson. El mar es patrimonio del hombre de acción (Tintín y Haddock, el marinero “ad hoc”), en el que no tienen cabida los ratones de biblioteca. El mar es fuente de la auténtica aventura, y el barco es su hogar.
Tintín navega incansablemente a lo largo y ancho de sus aventuras. Es el único medio de transporte intercontinental en el período de entreguerras. Es la era de los grandes transatlánticos: Epomeo, Ranchi, Villa de Lyon, Washington y los reales Thysville, Leopoldville, Normandie, cuando cruzar el charco no equivalía a pasar la noche en una terminal y, de propina, perder las maletas.
¿Cuántas viñetas de Tintín llevan el tuuut que señala la zarpa y nos muestran una sirena y una chimenea, generalmente roja y negra?
También Hergé nos transmite la epopeya del rudo lobo de mar, en constante lucha contra los elementos en pequeñas naves como los Aurora y Sirius de Haddock, el Valmy de Chester, o el Sereno de Allan u otros más grandes como los cargos Harika Maru, Karaboudjan (después Djebel Amillah), Pachacamac y Ramona, todos ellos usados con fines delictivos, o el Speedol Star, donde aprendimos que los buques han de llevar un radiotelegrafista. A la hora de dibujar barcos Hergé era tan maniático que incluso llegó a embarcar para tomar apuntes. Una meticulosidad que después vemos reflejada en el producto final.
El virtuosismo llega con un último álbum marítimo, Stoc de Coque. Aquí se despliega un auténtico ballet acuático en el Mar Rojo. El simbolismo de la lucha del bien contra el mal queda representado por el acorazado USS Los Angeles, que logra socorrer a Tintín del acoso de Mefistófeles.
Mención aparte merece el Unicornio, buque de guerra de tercera clase de la armada de Luis XIV, comandado por un antepasado del capitán: el caballero Francisco de Hadoque. La búsqueda del pecio de este buque y del tesoro que aparenta contener es el leitmotiv del díptico más famoso de Las Aventuras de Tintín, compuesto por El Secreto del Unicornio y El Tesoro de Rackham el Rojo. Un magistral ejercicio de recreación histórica llevado a cabo por Hergé.
El gran símbolo marino de Tintín es el submarino-tiburón de Tornasol. Con él, a pesar de las reticencias de Haddock, podrán localizar los restos del Unicornio (El Tesoro de Rackham el Rojo). La venta de la patente a la Armada permitirá comprar el castillo de Moulinsart donde residirán a partir de entonces Tornasol, Haddock y Tintín.
Al sumergible de Tornasol le acompañarán otros dos, ambos en Stock de Coque, el U-boot de Kurt y el minisubmarino en el que huye Rastapopoulos, que nos recuerda al de Emilio Largo en la bondiana Operación Trueno.
Desde los tiempos de Ícaro el hombre ha ansiado volar, y en el siglo XX ha alcanzado su anhelo. En esta línea, Las Aventuras de Tintín es un amplio catálogo de aeronaves de todo tipo: en el primer álbum ya aparece un avión (y con ello la sorprendente capacidad de pilotar de un jovenzuelo de dieciséis años).
Las primeras aventuras de Tintín, en los años 30, son contemporáneas de una época pionera en la aviación. Una vez consolidada la mecánica, empezaban los grandes retos. Los récords de distancia y de resistencia, así como los raids, estaban a la orden del día. Hergé, gran maestro de la actualidad, decidió aprovechar esta estética. El avión que aparece en Tintín en el Congo es un homenaje a la gesta de los aviadores belgas Fabry y Vanderlinden, triunfantes del raid Bruselas-Leopoldville; la Hero parade que cierra Tintín en América es calcada a la que recibió Lindbergh en su momento; y con el De Havilland DH-80 Puss Moth de la versión coloreada de Los Cigarros del Faraón (en la versión en blanco y negro era un Dewoitine) Tintín hace un increible salto que le lleva de Arabia a la India -4.500 km. de recorrido- quizá para emular a Jim Mollison que con el mismo modelo completó los raids Australia-Inglaterra e Inglaterra-Sudáfrica. Como nota curiosa, mencionaremos que Abdelaziz Ibn Saud tenía un Puss Moth en esa época.
A finales de los años 30 la aviación comercial y el consiguiente transporte de pasajeros están consolidados. Bazaroff, el traficante de armas, se desplaza en su avión particular (La oreja Rota) y Tintín toma el avión tanto para volver desde Londres (La Isla Negra) como para trasladarse a Klow (El Cetro de Ottokar). En ambos casos se trata de un Savoia Marchetti SM73. Aquél será sustituido por un reactor Trident en la revisión de La Isla Negra de 1966. También viajará en aparatos McDonell Douglas DC-3 y DC-6, Convair, Lockheed Constellation y Boeing: 707 y 747 Jumbo.
A medida que decae el ferrocarril, Tintín utiliza el avión cada vez más como medio de transporte. A partir de El Asunto Tornasol ya no volverá a pisar una estación. Todo serán aviones: Ginebra, Szohôd, Wadesdah, Beirut, Nueva Dehli, Katmandú, Sidney, Tapiocápolis, y, finalmente, Nápoles en su último vuelo en Tintín y el Arte Alfa.
Con el viaje a Szohôd (El Asunto Tornasol) Hergé nos regalará el delicioso gag del esparadrapo, y en este sentido tampoco podemos olvidar las acrobacias aéreas de Hernández y Fernández en La Isla Negra.
Pero aunque el aéreo es el transporte más seguro, los aviones a veces caen. Por falta de combustible, el Puss Moth; por una tormenta, el hidro Bellanca Peacemaker de El Cangrejo de las Pinzas de Oro (que cae en el desierto, como Tonio St-Ex, quien en 1943 describirá su encuentro con un niño rubio); la providencial avería del DC3 en Stoc de Coque y la tragedia de otro DC3, el que transporta a Chang sobrevolando el Himalaya (Tintín en el Tíbet). En este último caso, Hergé debió cambiar a Sari Arways el nombre inicial del propietario del aparato accidentado tras las protestas de Air India.
También aparecen aviones de guerra: Hawker Hurt, Messerschmidt BF 109, Spitfire y De Havilland Mosquito, cuyos ataques en Stock de Coque son comparables a la plástica del Whaam! de Lichtenstein.
Pero la auténtica estrella de la aeronáutica tintinesca no salió del lápiz de Hergé, sino del de Roger Leloup. Hablamos, cómo no, del Carreidas 160, la maravilla tecnológica de Laszlo Carreidas, caricatura del magnate Marcel Dassault.
Extasiémonos, para acabar, con la obra magna de Tornasol: el cohete lunar.
El cohete que lleva a la Luna a Tintín y sus amigos no es simple ciencia-ficción: es ficción científica.
Hergé se documentó con los científicos Heuvelmans y Ananoff y bebió de las conclusiones del I Congreso Internacional de Astronáutica celebrado en Londres en 1950 bajo los auspicios de la British Interplanetary Society para crear un artefacto que tiene una gran similitud con las famosas V2 de von Braun.
No fue el único que utilizó las conclusiones del Congreso, dos películas norteamericanas parecen dirigidas por el dibujante belga: Destination Moon (¡el mismo título lleva la traducción al inglés de Objetivo: la Luna!) y Rocketship X-M.
A pesar del rigor científico aplicado por Hergé, el cohete sólo podrá llegar a nuestro satélite gracias a la más pura ciencia ficción, gracias a dos inventos de Tornasol: la tornasolita y el motor atómico.
La tornasolita es un producto a base de silicona que resiste las más altas temperaturas. Recubrirá el motor atómico para evitar fugas de radiación y la parte exterior del cohete para evitar el sobrecalentamiento del fuselaje en los momentos de despegue y reentrada en la atmósfera terrestre.
El motor atómico de Tornasol es de fisión y utiliza el plutonio como combustible, lo que reporta grandes ventajas si lo comparamos con su homólogo Saturno V del proyecto Apolo. La NASA, más atrasada tecnológicamente que el Centro de Investigaciones Atómicas de Sbrodj, tuvo que utilizar motores convencionales para sus cohetes. El problema con el que se encontró la NASA era que junto al combustible, queroseno, también tenía que transportar el comburente en forma de oxígeno líquido. Para superar la gravedad terrestre es necesario alcanzar una velocidad de 11,2 km/s (40.320 km/h), lo que representaba para el Saturno un consumo de 15 toneladas por segundo, es decir, entre queroseno y oxígeno, unas 2.700 toneladas. Así, los cohetes de la misión Apolo transportaron a la Luna una carga útil de casi 5.500 kilos, sumando cápsula, módulo, instrumentos y astronautas, lo que implicaba que el aparato debía pesar entre combustible, comburente y depósitos un total de 3.000 toneladas.
El cohete de Tornasol tiene una altura de 79 metros, contra los 110 del Saturno, pero todo él es carga útil. Este pequeño detalle permitirá poner en la Luna una gran cantidad de instrumental e incluso un pesado y emblemático vehículo de exploración: el tanque lunar.
Gracias al motor atómico, a la aceleración constante y al principio de inercia, la duración del viaje espacial de Tintín es exactamente de 4 horas, 1 minuto y 34 segundos, con una velocidad punta de ¡216.000 km/h!. No esta nada mal comparado con las más de 109 horas que tardó Armstrong en recorrer la misma distancia.
No sabemos si los ingenieros norteamericanos leyeron Las Aventuras de Tintín, pero lo que sí es cierto es que entre 1956 y 1972 trabajaron en el proyecto NERVA, cuyo objetivo era la posibilidad de construir un motor nuclear para propulsar cohetes.
La inmensa mayoría de los medios de transporte que aparecen en estas historietas se basan en el motor de explosión, icono sociocultural y máximo exponente del siglo XX, símbolo de la modernidad, de la evolución y del dinamismo –como muy bien supo ver Balla-.
En esta tesitura, los vehículos de Tintín se han convertido a su vez en conocidos iconos que han nutrido ampliamente el mundo del merchandising (y, de paso, las arcas de Moulinsart, SA) a partir de las figuras creadas por los escultores Aroucheff, Leblon-Delienne, Poliakoff y las miniaturas comercializadas por Atlas.
Para acabar, no podemos olvidar aquí dos vehículos que si bien no son tintinescos, no dejan de ser también iconos hergeanos: el avión supersónico Stratonef H22 y el tanque submarino de Las Aventuras de Jo, Zette y Jocko.
Muchos de los medios de transporte creados por Hergé para sus cómics ya han pasado al imaginario colectivo. No necesitan ninguna presentación, y en particular el más popular de todos ellos: el Cohete Lunar.