Eih bennek, eih blavek! (quien con él se roza, en él se pincha).

Lo primero que llama la atención de este álbum es la portada. Y no me refiero a su belleza (sin duda de las más logradas de la colección, sino la que más). La portada es un reclamo donde, por norma general, aparece un momento de acción o suspense para atrapar al lector. Sólo en la cubierta de Las Joyas de la Castafiore no se da ninguno de estos elementos, pero si un mensaje al espectador mediante la gestualización de Tintín.
La portada de Ottokar muestra a un Tintín poco expresivo (¿sorprendido, pensativo?) saliendo pausadamente de un castillo, con unos guardias de fondo. Y ya está. (¡¡Ni siquiera Milú muestra expresión alguna!!!).
No creo que el tema de la portada sea una cuestión menor. Señalar que la portada original del 38 es… ¡el escudo del reino del pelícano! Queda claro pues que la singularidad de la portada no es un azar. Podría indicar que lo sustancial del relato quizá no sea la acción en sí.

Llama mucho, mucho, muchísimo la atención la trama. Esta es la gran aventura de Tintín en solitario. La relación entre personajes es más plana que nunca. Los personajes son algo anecdótico. Como no van a serlo…si hasta el personaje del rey lo es, puesto que su legitimidad viene fundamentada por un objeto.
Una trama tan singular que, por primera y única vez en la colección, precisa de tres páginas de relato para fundamentar la narración (19 a 21). Uno tiene la sensación que esas tres páginas son la verdadera esencia del álbum, reduciendo las 59 restantes al rango de “notas a pie”.
Todo el álbum está impregnado de un halo de irrealidad, de anacronismo. Es la repetición de un ritual que se sucede. La pugna entre dos fuerzas por poseer el cetro. El mito original es repetido generación tras generación. De ahí la nula importancia de la relación entre personajes. Y que Tintín no necesite un compañero de viaje, llamese Coco, Tchang o quien sea. (Haddock aún no había sido creado).

Otro aspecto llamativo es el aspecto gráfico. Este es el único título donde Jacobs tuvo un papel sustancial (hablamos de la versión en color) y a fe que se nota. Todo el título roza un nivel gráfico soberbio. El restaurante de Klow, los parajes, los cielos, las escenas de aviación…y que me decís de ese castillo…oh, oh,…Tintín es quizá el mejor cómic de todos los tiempos por planchas como esas.

La obra de Hergé está repleta de alusiones a “lo sagrado”. El fetiche Arumbaya, la pulsera inca, las joyas, el caballero de Hadoque, el hacha de guerra, y otras tantas que no recuerdo.
Suelen ser el móvil de la acción. Pero en este caso creo que Hergé va un paso más allá. Es una confrontación entre elementos abstractos (¿es muy incorrecto llamarle a un país abstracción?). Fijaros en la soberbia página 52, abstracción de abstracciones. Un cetro y un palo separando el (continuo) paisaje en dos mitades. Que el cetro se halle a un lado u otro del palo (me resisto a llamarle a eso frontera) marcará el destino de dos países.
En fin, este álbum me sugiere páginas y páginas de escritura, así como de reflexiones. Pero me impongo a mí mismo un límite de espacio. Aunque reconozco que este episodio es una debilidad para mí, y estaría encantado de leer otras interpretaciones que enriquezcan la lectura.
Un saludo :hola: